Un hacker sin vocación

Un hacker sin vocación

Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible - Bertrand Russell.

Y un buen día Cocoliso, se fue con la música a otra parte, y dejó tras de sí cierto vacío aquí dentro y una cárcel que era más cárcel. Perdí de una tacada un compañero, un profesor y un alma frágil a la que intentar fortalecer. Antes de marcharse, me dejó en forma de notas musicales una parte pequeña de su mundo en blues y la promesa de continuar con un plan que a duras penas conseguí inculcarle. Un plan que había despertado en su mirada un brillo nuevo que me hacía sentir dichoso. Aún estoy esperando  que me escriba, allá donde se encuentre, para poder comprobar si por fin se ha encontrado con el hombre que un día fue, o si sigue buscándolo inútilmente en una puta botella de vodka.

Un poco más tarde y como Dios, guiñándome un ojo, apareció Ricardo, eso sí, aunque 20 años más joven que Cocoliso, igual de calvo. Todo un personaje y, sin duda, una rareza en estos parajes. Licenciado en ciencias exactas, programador autónomo de profesión, músico de carrera, acuarista y padre en su tiempo libre. Su delito daría para escribir una novela sobre decodificaciones imposibles y desafíos a la seguridad digital y financiera, pero esa es otra historia. Y cuando digo que daría para escribir una novela lo digo en serio, tanto como que igual me pongo a ello…

Aunque el delito de un hacker despierta siempre mucho interés, él huye siempre del tema. Lo tengo claro, Ricardo es hacker sin saber ni cómo, más por el desafío de serlo que por lo que puedes conseguir siéndolo. Cuando le pregunto por el tema, me dice desdramatizando:

“Fui un gilipollas redomado, Isaac... y menos mal que me lo pensé antes de cagarla aún más, porque me podría haber metido en un lío mucho más grande....”.

Me suelta esta confesión con un tono sereno, pero su mirada destila algo de naturaleza extraña, como si estuviera observando como el viento se lleva su casa. Nuestro amigo entró en prisión desesperado por arrimar el hombro, por ocupar su tiempo, por sentirse útil. Fui yo quien le hizo el ingreso en el módulo y me vi reflejado hasta en el escalofrío de su forma torpe pero osada de subirse a este siniestro tren en eterna vía muerta. Me cautivó su actitud, entre la angustia y el miedo, afloraba el superhéroe, arremangado radicalmente, con sus brazos lechosos, su mente privilegiada y su ingenuo corazón entregado sin condiciones. Ya os imagináis, pronto llené sus manos de cosas que hacer. Me ayudó a modernizar algunos procesos, partimos la clase de inglés en dos, se puso a dar lecciones de música y guitarra, transformó la base de datos del módulo para mejor, se encargó de reclasificar los libros y del videoforum y se involucró ayudando en todo lo que pudo y un poco más.

Ricardo, es en primer lugar un solucionador de problemas, uno de los más grandes que haya conocido. Supongo que de tanto enfrentarse a teoremas imposibles, de tanto hallar soluciones, su mente está acostumbrada a despejar incógnitas y resolver encrucijadas. Me encanta la gente así, la gente con iniciativa, la gente que ve un desafío en cada problema y que lo afronta viniéndose arriba, con alma de guerrero y una victoria por anticipado en la mirada.

Hemos puesto una pizarra de esas portátiles en el despachito donde trabajamos y siempre está llena de ideas pintadas en rotulador rojo o negro. Yo le enseño marketing digital y él me enseña música y una forma de afrontar los problemas inteligente y original que sólo algunas mentes brillantes poseen. Él plasma conceptos e intenciones desplegando cálculos precisos sobre cada cosa y yo lo hago con esquemas e ideas, más emocionales e inexactas. Hay días que la creatividad fluye agitada por esa oficinilla donde el tono de voz sube, los gestos se desperezan y hasta nos disputamos como niños el rotulador. Intercambiamos nuestros saberes profesionales y cotidianos y ambos nos exprimimos mutuamente hasta sacar un zumo dulce y nutriente con el que combatir esta sequía de estar preso. Y entonces, cuando los compañeros pasan por la ventana y nos miran de reojo desconcertados, piensan que estamos planeando la huida perfecta… Me da igual, de lo que estoy seguro es que en ese momento nos sentimos libres como el silbido madrugador de un pastor y conseguimos ningunear a esta cárcel del demonio. ¿Sabes cuándo te tropiezas con alguien en la vida y te asalta la certeza de que estás viviendo un encuentro necesario en tu vida demasiado oportuno como para ser casual? Algo así como una parte esencial del Plan que tiene el Universo reservado para ti.

Es un friki en toda regla; pero ojo, un friki con clase, no de esos baratos en plan Telecinco. Por su forma de ser, por su aire despistado, joder porque es un matemático, acuarista y violinista, con un aire de profesor chiflado e indumentaria a lo Steve Urkel que te deja loco. Porque, a pesar del coco que tiene para la música y las matemáticas, es una calamidad conjuntando ropa. - Yo es que no se conjuntar. A mí, primero me vestía mi madre y ahora mi mujer - me dice con una sonrisa pícara que le ilumina la cara, equipado con unas bermudas a cuadros, un polo a rayas, una riñonera fluorescente y unas bambas en las que florecen unos calcetines a medio estirar.

Ricardo, con sus casi cuarenta años, ya es padre de tres criaturas menores de 8 años a los que adora. Les ha dicho que está en EEUU trabajando, dice que eran demasiado pequeños para asumir que su papá está en la cárcel. Eso implica que no los verá hasta su primer permiso, al cabo de un año aproximadamente a partir de su entrada en prisión. Me dice, consternado y conteniendo la emoción, que les añora con locura y yo le entiendo como nadie, os lo puedo asegurar. Cada vez que regreso de un vis a vis de ver a mis hijos, me escondo un poco o lo evito durante esa tarde para no contarle nada, no sea que tenga que venir de los EEUU urgentemente aunque sea sólo durante una hora y media en un triste cuarto de estar… Para eso, tendría que rediseñar toda la historia y contarles, por ejemplo, algunos de los cuentos que muchos padres cuentan a sus hijos pequeños para liberarles de una verdad tan dura. He oído todo tipo de inventos, pero los más recurrentes son el de que “esto es una fábrica”, “papá tiene mucho trabajo” o “esto es un aeropuerto”. A mí me parece el teatro más conmovedor que se pueda interpretar, una farsa protectora que merece todo mi respeto.

Ricardo es un científico converso. Su fe, de familia cristiana, colegio y tradición, se le iba quebrando cuanto más se adentraba en las matemáticas, como si el álgebra y los números fueran dinamitando su espíritu hasta convertirlo en un ateo. Y cuando todo iba bien y los números tendían al infinito, la vida le quitó a su padre y su vida se convirtió en una emboscada de la que no hubo número, ni fórmula, ni teorema capaz de rescatarle... Hasta que una tarde, casi por casualidad, entró en una parroquia de barrio y se reencontró con Dios. - Isaac, me salvó la fe.

A menudo, a la hora del café, Ricardo nos ilustra con alguna apasionada anécdota matemática, nos sorprende con cosas como que Gauss encontró en la inmensidad del cielo (gracias a unas formulitas que él mismo inventó con algo menos de 20 años —Método de Mínimos Cuadrados—), un planeta que, al parecer, a principios del siglo XIX, media Europa andaba buscando por el cielo y que resultó ser una inmensa roca en lugar del ansiado planeta. Ceres, la llamamos ahora.

¿Y cómo podían estar buscando algo que no sabían que existía? — Le pregunta nuestro doctor con un tono agrio de fiscal curtido.

Ricardo, contesta con aire de suficiencia, como un tenista devolviendo una pelota fácil:

A ver doctor, porque una fórmula que podría entender hasta un niño de primaria (la Ley de Titius-Bode), coincidía en darnos las distancias al sol de los planetas hasta el momento conocidos. Y era obvio que algo en el cielo se nos estaba pasando por alto, porque faltaba el planeta n=3.

Todo este galimatías lo ilustra con cálculos que va desparramando con su caligrafía de profesor chiflado en un papel improvisado. Para Ricardo, sólo existen dos formas de clasificar las cosas interesantes: diminutas o inmensas, aunque todas ellas le parecen igual de “brutales”.

Ya os hablaré de estas tertulias, a la hora del café, justo antes de que empiecen las actividades, en las que cada tarde uno prepara un tema y lo comparte. Hablamos sobre historia, sobre guerras, sobre medicina, sobre Internet, sobre literatura, sobre marketing y sobre música, entre otras cosas. En ellas compartimos un rato verdaderamente bueno, en el que creo que todos nos sentimos un poco más dignos, más hombres, más libres. Sólo hay un tema tabú: la política actual, con respecto a ella, todos coincidimos en que no nos merece un minuto de conversación. Cada uno de nosotros, aunque desde ángulos distintos, observamos la política con una profunda decepción y desesperanza.

Impresión original de la hoja en la que P se apoya para ilustrarnos sus ideas, si sabes matemáticas, seguro que te sorprende.

Impresión original de la hoja en la que P se apoya para ilustrarnos sus ideas, si sabes matemáticas, seguro que te sorprende.

Me gustaría que vierais con que pasión y capacidad pedagógica Ricardo imparte sus clases de música y guitarra. Vive la música con intensidad, en ella encuentra una perfección matemática en la que asegura encuentra paz. Abrazando elegantemente la guitarra, hace tocar un acorde con un ademán casi femenino y cierra los ojos acunándose antes de explicar lo bello, lo mágico, lo matemático que es determinado arpegio. Y yo, mientras me rindo ante su virtuosismo, no puedo evitar sentirme afortunado por poder aprender de él. No hay día que no toquemos algo juntos, aunque sea durante 10 minutos, ensayando para las tardes de los sábados en las que montamos conciertitos improvisados con la afición habitual, en los que se cuelan un poco de felicidad y alborozo por estos muros.

En la vida, es importante saber decir que no, pero en la cárcel es cuestión de supervivencia. Ricardo es un hombre generoso y posee una personalidad amable y abierta, por eso se convirtió pronto en el madero de salvación de esas almas pálidas que se cuelgan de uno en busca de café, tabaco o consejo y que lo hacen sin proporción y a veces hasta con malas formas.

“Ricardo tío, si el patio te pilla el tranquillo, te va a desplumar en un santiamén. Buen rollito al máximo pero no te olvides de que estás en la C-Á-R-C-E-L. Como sigas así no te va a quedar ni tiempo ni peculio para ti (el peculio es el disponible en tu cuenta y que no puede superar los 100 € semanales). Me da igual que quieras ayudar, tienes que filtrar y sobre todo aprender a decir que NO”

Esto se lo digo con cierto enfado, con un tono algo autoritario y serio. Ricardo me mira inseguro, como un niño asustado que acaba de enseñarle a su padre un suspenso. Mientras le reprimo siento una contradicción porque recuerdo lo mal que lo pasé al principio con este tema y como tuve también que reinventarme un poco y fabricarme cierta armadura ante esa presión desconocida (otro aprendizaje que nos llevaremos de la cárcel).

-P, yo te entiendo, a mi me pasó, tuvo que pasar un mes para que me pusiera serio con el tema.

-¿Un cafetito hermano?

- Lo siento hermano, pero NO, que tengo tres hijos que criar…

- Además Ricardo, cero problemas de conciencia, hay mil maneras de ayudar más allá del café y el tabaco...ya las irás descubriendo.

Me parto con él. Un día me preguntó, con inexplicable interés, como sorprendido por un nuevo y exótico pececillo en su acuario (tiene verdadera pasión por los acuarios y los pececillos exóticos)

- Tío, ¿cómo te las arreglaste cuando aterrizaste aquí dentro “sin que hubiera un Isaac”?

- (No pude evitar una carcajada…) Yo también tuve quién me guió al principio y poco a poco, como tú, fui encontrando mi lugar

Me mira incrédulo en silencio durante unos segundos interminables y me dice:

- Eres el Rey en el Norte…

- ¿Qué soy quién?

- ¿Es que no has visto Juego de Tronos?

- En la vida

- Pues cuando lo veas lo entenderás, te lo juro, eres el Rey en el Norte.

- Jajajaj, vale, vale, me temo que me voy a quedar con la intriga hasta que salga de aquí.

Mi plan en el abismo

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El mundo de ahí fuera

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