Actitud combativa y una carta de amor

Actitud combativa y una carta de amor

Me gusta Joaquín Sabina, de hecho, el primer post de este blog “Me sobran los motivos” lleva el título de uno de sus mejores discos. Uno de sus éxitos más sonados es “La del pirata cojo” en la que el cantautor desfila en una versión muy rockera y como siempre irreverente “por todas las vidas” que nunca tendrá. Yo, con mucho menos arte, me siento un poco así y en el restringido margen de maniobra que deja la prisión, me he tenido que reinventar para sentirme útil y he encontrado en el desempeño voluntarioso y torpe de roles inauditos, la única evasión posible. Por Dios, que los profesionales me perdonen por el intrusismo. Sólo se trata de encontrar sentido a mi paso por aquí y a la necesidad de huir de algún modo.

Como digo, me las he visto y me las veo, durante un rato eso sí, como “viviendo otras vidas”, poniéndome en la piel de “todos los tipos que nunca seré”. He sido un poco psicólogo contra la depresión y desesperanza propia y ajena; abogado en oferta, haciendo recursos para presos sin medios, tirando más de prosa y lógica que de leyes; profesor renacido, por necesidad más estricto de lo que suelo ser ahí fuera e inventando materias que nunca impartí, pero que aquí parecen ser más útiles como el inglés o el desarrollo personal; guitarrista-vocalista de una maltrecha banda “unplugged” de aficionados al pop-rock con un cajón improvisado como batería; bibliotecario-evangelizador aficionado, intentando recomendar libros “oportunos” y mostrando con muchas dudas el “posible camino”; entrenador de running, sin técnica alguna pero con vocación secreta y tirando de memoria para imitar a entrenadores de verdad que un día tuve; aprendiz de boxeador, recibiendo lecciones y algún mamporro suelto de un boxeador lituano hipertenso, que un día fue campeón y que, además de boxeo, me enseña a sacudirme la mala leche cuando acecha y, ya veis, entre otras cosas, también blogger de mi particular “lifestyle”, eso sí, desde la cárcel y sin internet.

Aunque todo esto os suene un poco a malabar o salto mortal, no tiene nada de excepcional si tenemos en cuenta lo siguiente: si durante toda tu vida te has estado preparando, aunque sea mínimamente, para competir en este mundo, y provienes de un entorno “normal” y de una familia estructurada, es cuestión de probabilidad el poseer aquí dentro más habilidades que los demás. El si las aprovechas y el cómo lo haces es sólo cuestión de actitud. Y no os confundáis, preferiría por supuesto estar desempeñando mil veces el papel de padre de familia en libertad. Prometo ir haciendo zoom en todas estas pieles que me suelo poner aquí en prisión. Hoy me centraré en la que ha sido sin duda la más surrealista.

Antonio, es mi vecino de “chabolo”. Es un joven murciano de unos 30 años. Es campesino desde los 14 años -sus manos rudas y su piel bruñida como de hoja seca lo atestiguan- y dice que, para él, el campo lo es todo. Es bajito, patizambo y de músculo prieto. Peina su pelo negro y corto con raya a un lado y sus grandes ojos castaños despliegan una mirada serena y huidiza que anticipa a un ser que no haría daño ni a una mosca. Cumple condena por no poder pagar una multa por construir sin licencia una pequeña casa en un terreno de sus padres. Nuestro amigo es muy tímido, es de esas personas que no hablan por no molestar y a pesar de ser analfabeto, muestra una nobleza y una educación básica que provocan una simpatía y confianza inmediata.

Antonio es uno de esos tipos que, a pesar de no saber leer, transmite una sabiduría sencilla y arrolladora. Posee esa atávica lógica de lo simple, que nada tiene que ver con la cultura y mucho con la verdad y está reservada para la gente sencilla y de pueblo. Pongo tanto empeño en describirlo porque quiero que os quede claro que en la cárcel, sin duda, están “los malos” y hay muchos, pero también hay gente buena. Aquí ni están todos los que son ni son todos los que están, de eso no tengáis ninguna duda.

Le había ayudado a rellenar un par de instancias para solicitar los “vis a vis” y más allá de las breves y apresuradas charlas a pie de celda antes del “chape” no había mantenido más trato con él. Hace ya más de dos meses y por pura necesidad, supongo, consiguió vencer su timidez y, con un evidente esfuerzo que aún hoy me hace sonreír, me dijo en un susurro calculado justo antes del cotidiano “se cierran las puertas”:

“Isaac, me tiene que ayudá a escribí una carta importante. E pa una zagala mu bonica.”

Extraje de mi repertorio mi mejor cara de poker y, con una naturalidad posiblemente forzada, me puse a su disposición:

¡Claro coño!, mañana a primera hora me cuentas y nos ponemos”.

Al día siguiente, le pregunté por el objetivo de la carta e intenté entender un poco mejor la situación y sus sentimientos. A pesar de su desordenado relato a trompicones, me doy cuenta de que su amor no es un amor caprichoso o de costado, sino más bien un amor de lleno. Sus gestos, su impaciencia y su nerviosismo lo confirman y, en cierto modo, me asalta un inesperado sentido de la responsabilidad. Me cuenta que la ha conocido en la misa de prisión, acumulando miradas y sonrisas sábado tras sábado y, tras esa eléctrica tensión creciente, han quedado, por fin, no sabe ni explicarme cómo, en escribirse.

Le toca abrir fuego a Antonio y me temo que soy yo el que va a tener que apuntar y apretar el gatillo. Casi irremediablemente me convierto en una especie de Cyrano. Reconozco que por un lado me siento naufragado en una situación tan insólita pero, por el otro, me parece estar viviendo el apogeo de mi aventura carcelaria. Aquí estoy yo, escribiendo una carta para empezar a edificar una relación de amor sustentada en miradas e intuición, ¿acaso no es ese el principio de todas las historias de amor?, una relación que pertenece a otro. Una carta que me empeño en escribir para que sea eficaz en su insigne propósito. Siempre digo que hay que poner pasión en todo lo que haces, pero en este caso voy a tener que poner mi pasión y sobre todo la de otro, así que, sólo por lógica, algo bueno tiene que salir.

Imaginaros esta situación: Estamos en un banco del patio, bien abrigados porque hace un frío que pela y yo me he puesto de pie para leerle a Antonio, despacio y con cierta gravedad, su primera carta de amor. Antonio está sentado, inmóvil, con una cara de pánfilo para enmarcar, abriendo los ojos como platos y con las mejillas coloradas, no sé si por el frío, por la emoción o por la vergüenza. Cuando termino, dejo pasar unos segundos y le pregunto si quiere cambiar o añadir algo. No parece saber qué contestarme, pero su sonrisa lo dice todo. Finalmente es capaz de encontrar una frase y me la dispara:

Isaac, ereh una máquina, se va a volvé loca.

A los dos días de haber mandado la carta y tras haber recibido respuesta, Antonio volvió a mi y me pidió que se la leyera. Esta lectura fue más difícil, os lo puedo asegurar, dejémoslo en que ambos pudimos comprobar como “nuestra carta” había conseguido superar todas las expectativas. Sin embargo, esto representaba un problema, porque todas las cartas de amor exigen contestación y, si no lo cortaba de cuajo, me veía inmerso en una dinámica peligrosa. Lo hubiera seguido haciendo si no fuera porque habían soluciones. Puse la pelota en el tejado de Antonio y organicé con su pretendida un encuentro semanal “por cristales” (paso previo para que puedan tener un vis a vis íntimo) para que su relación pudiera seguir creciendo de forma más “orgánica” y sin intermediarios.

La relación entre Antonio y Lucía (así se llama la pretendida) prospera. Antonio, entiendo que por gratitud, me va informando sin que yo le pregunte. Durante estos dos meses y tras unas cuantas conversaciones por cristales y breves charlas en la capilla de prisión se ha ido fortaleciendo su relación, hasta el punto que, ayer mismo, me dijo más en serio que en broma, que esperaba verme en su boda. Lo sé, suena un poco ridículo, es pronto y parece probable que, como en tantas ocasiones, todo acabe desvaneciéndose, sin embargo, ya os he dicho que yo soy un optimista empedernido y os confieso que cuando me dijo eso, sentí un escalofrío interminable y presentí o deseé, o ambas cosas, que Antonio un día pueda pagar esa multa y salir de esta miserable prisión, que su amor crezca superando cartas, cristales y misas, que yo pueda ir a su boda y que colmara por fin esa casita, que un día construyó, de felicidad, de niños y de Lucía.

ZONA ACCIONABLE

Cuando te sacude la vida, la autoestima peligra. Una buena estrategia para mantenerla a salvo es sentirte útil. Así de sencillo.

Dos elementos clave: una mentalidad radicalmente abierta y una actitud combativa.

Pero, ¿cómo sentirte útil cuando te sientes como una mierda, cuando los sueños parecen esfumarse, cuando te sientes atrapado en una situación, cuando te falta alguien que lo era todo, cuando te han cambiado el guión de tu personaje en la mitad de la obra o cuando te falta el aire? Piensa en tus habilidades y en tus conocimientos y ponlos a trabajar en algo que te haga sentir útil, esas van a ser tus armas. No importa el tamaño de la misión, importa tu actitud combativa. Se que no es fácil cuando estás abatido, pero también sé que lo más difícil es reunir el ánimo para arrancar, ese es el paso más difícil, luego te preguntarás por qué no has empezado antes. Te lo aseguro.

Conseguir mantener una actitud combativa durante la gestión de la adversidad será crucial en el objetivo de sobreponerte, mucho más importante que tu conocimiento o tus habilidades.

El otro elemento que también es importante es mantener una mentalidad radicalmente abierta, abrirte a otras perspectivas y silenciar tus prejuicios. Anteponer la idea de sentirte útil a tus recelos y buscar la perspectiva que desbloquee todo lo que impide que te sientas útil.

[ Mentalidad abierta x ( Habilidades + Conocimiento ) ]^ ACTITUD COMBATIVA = RENDIMIENTO = AUTOESTIMA


Os recuerdo que con esta “zona accionable” no pretendo aleccionar a nadie. Pretende extraer de cada relato lo que yo he aprendido y sobre todo que cosas me están manteniendo a flote en esta desgracia que me ha tocado gestionar. Son como trucos de supervivencia de náufrago a náufrago (en el caso de que lo seas, o lo pudieras ser, Dios no lo quiera).

El rostro del coraje

El rostro del coraje

Creatividad “taleguera” para vencer

Creatividad “taleguera” para vencer