Un tetris de convivencia

Un tetris de convivencia

Porque las conductas, como las enfermedades, se contagian de unos a otros " Francis Bacon

Junto a la puerta principal del módulo donde cumplo mi condena, hay un cartelito de metacrilato en el que se puede leer en letras azules "módulo residencial". Podría parecer que se refiere a cualquier otra cosa que no sea una cárcel, no sé, a una urbanización en las afueras, a una residencia de estudiantes o unas viviendas de protección oficial, por poner algún ejemplo. A mí, eso me parece bien, todo lo que intenta alentar o camuflar, aunque sea levemente, la desolación de este lugar merece mi aplauso. Además, tiene todo el sentido, aquí también se habita y en algunos casos por largas temporadas. En este “módulo residencial”, tenemos 72 “habitaciones”, con una litera para dos personas por cada habitación. Las celdas están distribuidas en dos plantas largas y estrechas, cada planta está separada a su vez en dos grandes alas mediante un interminable y estrecho pasillo como de hospital. Una de ellas mira al patio y a un paisaje mezcla de más cárcel y algo de campo desolado. El otro ala tiene una vistas más deprimentes, porque mira de cerca, con una separación de tan sólo 25 metros, a otro módulo, nuestros ruidosos vecinos del 8, posiblemente el módulo más conflictivo de toda la prisión, donde los gritos, los insultos, las amenazas y otra clase de exabruptos andan volando a todas horas entre esos barrotes del demonio.

Para entender mejor esta historia, debo recordaros que cumplo condena en un módulo M.E.R, acrónimo de Modulo de Educación y Respeto. En este modelo de cárcel, somos los mismos presos los que gestionamos prácticamente toda la organización. Sin duda, los funcionarios tienen un papel de supervisión y control esencial, además de que muchos procesos administrativos sólo los pueden llevar a cabo ellos, sin embargo, y a través fundamentalmente del educador, fomentan al máximo nuestra autonomía. Podríamos decir que esto es un pequeño ecosistema en el devastador universo carcelario, donde hay cierto espacio para la dignidad gracias, en parte, a un código de conducta escrito por el cual los internos se comprometen voluntariamente a cumplir rigurosamente unas normas de higiene, de respeto y a realizar una serie de actividades deportivas y educativas.

Como preso con funciones de coordinación, una de mis misiones es la de proponer a los funcionarios en qué celda colocar a cada interno. Esta función me otorga un curioso poder, un poder que, por otro lado, detesto y que ojalá no tuviera. Un poder un tanto deplorable desde mi punto de vista, un poder de esos que, cuando lo ejerces, consigue hacerte sentir como si estuvieras sentado encima de una bomba de relojería. La celda que te asignan no es un asunto cualquiera y ya ni te cuento el compañero con el que la compartes. Son muchos los factores que entran en juego a la hora de conseguir esa celda deseada. Y yo tengo que meter en la baraja todas estas consideraciones y repartir juego, a veces, arriesgando un poco, con mano de hierro y guante de terciopelo, mediando entre el desacuerdo, intentado ser sensible, empático, con todo el sentido común que encuentro y sobre todo con arrojo. Para que entendáis mejor lo compleja que es esta misión, os voy a explicar cuáles son algunos de los factores que tengo que tener en cuenta para tomar este tipo de decisiones. Para empezar, la planta de abajo, también denominada “planta noble”, es la más solicitada. A ella se accede por veteranía o nivel de responsabilidad en el módulo. En ambas plantas predomina el gris, la de abajo combinado con el amarillo y la de arriba con el azul. En ellas impera una estética lineal y monótona que te hace sentir como si estuvieras entrando en uno de esos parkings modernos. Abajo residimos los que estamos involucrados en la organización del módulo y la gente que lleva más años de cárcel. También la gente mayor o con achaques, para evitarles las escaleras hasta la segunda planta. “La planta noble”, además de ser más accesible, es también un lugar más tranquilo, en general está más limpia y, por si eso no fuera poco, en verano hay unos tres o cuatro grados de temperatura menos, que sin duda marcan la diferencia. Que tu celda no de al deprimente módulo 8 es otra de las preferencias, porque solo mirar por sus ventanas es una buena manera de amargarte el día y recordar la mierda de sitio en la que te encuentras. Por tanto,  haciendo un sencillo ejercicio matemático, de las 72 celdas, repartidas en dos plantas de 36 celdas cada una, casi todo el mundo tiende a estar en las primeras 18 celdas de la planta baja y del ala que mira al patio y, por tanto, si contamos que hay una media de 130 individuos en el módulo, podemos dar por hecho que hay unos 100 internos aproximadamente, digamos que menos cómodos y siempre dispuestos a ejercer más o menos presión para conquistar una celda mejor, una presión que he aprendido a gestionar y que supone otro de los aprendizajes de esta etapa de mi vida.

Y, en medio de este panorama, cuando al fin consigues ubicar a la tropa, cuando parece que has resuelto este Tetris infernal, descubres que nada es para siempre y que las relaciones humanas, quebradizas y caprichosas, añaden más leña a un fuego que empieza a quemarme el culo. Si alguien tiene algún problema de convivencia o quiere cambiar de compañero de celda por cualquier motivo, seré yo inevitablemente quien proponga el cambio. Entonces decido disfrutar de la situación y recordarme a mí mismo que estoy viviendo algo insólito de lo que debo sacar algún aprendizaje. Y en este ejercicio, me siento como el viejo recepcionista, extenuado y rockero, del mítico Hotel California “We are all just prisoners here of our own device...”.

Me las veo y me las deseo para predecir compatibilidades entre los reclusos. Y, a veces, me veo obligado a hacer apuestas complicadas, con diferentes resultados, eso sí, siempre con las mejores intenciones. Por ejemplo, no pude evitar colocar a Mario, un africano con voz volcánica, cara de pocos amigos y envergadura colosal, con un payaso impresentable que no paraba de hacer comentarios despectivos de clase y raza, como si él perteneciera a un estatus superior a todos los que aquí habitamos. Que no te gusta el chocolate amigo, pues toma dos tazas. Lo reconozco, fue uno de los pocos momentos en los que disfruté este delicado poder. Sentí una enorme alegría cuando, contra todo pronóstico y después de gestionar estoicamente alguna pataleta, estos dos seres humanos, aparentemente condenados a no entenderse, acabaron siendo amigos por la gracia de Dios y de una miserable celda con vistas al módulo 8.

Otras veces, basta para acertar con tener un poco de sentido común. Por ejemplo, la única manera de resolver la convivencia de los tipos que roncan como tractores es ponerles juntos. Juntar a dos ‘‘roncadores” en la misma celda no suele fallar y, además, es la mejor forma de que descubran de una vez el suplicio al que someten a sus compañeros de sueño a lo largo de sus vidas. Las celdas de “roncadores” suenan de noche como un tanque de la segunda guerra mundial abriéndose paso por los pasillos silenciosos de la cárcel.Una vez solucionado este problema, he de pensar en otro nuevo, como el que monta un circo y le crecen los enanos... ¿Quién merece la tortura de ser vecino de una de estas apisonadoras? -joder, esto no tiene fin - pensé, pero la respuesta la encontré pronto en aquellos que acostumbran a dormir con ayuda de medicación (que Dios les ayude) y los que una vez se toman la pastilla no hay ronquido, trueno o bomba que los despierte.

También son comunes las regañinas por temas de higiene. Estas me consumen por completo y, aunque intento librarme de ellas derivándolas a una comisión de “salud e higiene” que hemos creado al efecto, vuelven a mí como el típico moco que después de pasar por todos los dedos de la mano vuelve al mismo lugar, sin que haya manera de despegarlo. Tener que soportar las quejas de mis compañeros sobre limpieza en todo tipo de versión y tipología es algo a lo que no me acostumbraré jamás. Que si el compañero es un guarro, que si le huelen los pies, que si no se ducha hace una semana, que si no se cambia de ropa, que no para de tirarse pedos... - por favor señores, que esto no es un colegio- Y cuando los negativos, los avisos y las advertencias no funcionan, como último recurso, antes de llegar a males mayores, hago con los seres de higiene despistada lo mismo que con los roncadores, los emparejo con saña. Aunque si tengo que señalar los principales motivos de disputa, la higiene se queda atrás. Los campeones son, sin duda, el mando de la tele y la litera de abajo. En este caso no suele haber problema, porque impongo rápido una decisión salomónica. - Señores, si no se ponen de acuerdo se turnan por semanas la cama de abajo y el mando. Asunto arreglado. Os parecerán frivolidades, pero cuando convives en un lugar de 14m2 con alguien puedes encontrar al demonio en los detalles.

Es también curioso el grado de tolerancia que muestran algunos. A estos les admiro. A veces es puro conformismo, pero otras se trata de algo más elevado, como si redimieran sus pecados soportando a sus compañeros con paciencia y sacrificio. Auténticos sufridores, que no sólo aguantan, sino que también cuidan, enseñan y protegen el carácter infame, débil o abatido de sus compañeros de celda y en lugar de venir a quejarse y pedirme un cambio urgente y desesperado, como haría la mayoría, se arman de paciencia, de valor, se encomiendan al señor o qué sé yo, pero el caso es que aguantan con una abnegación que no puedo dejar de admirar.

Estos son solo algunos de los rasgos de este peculiar Tetris que os describo desde prisión. Unas reglas de juego de las que no me canso de aprender. Unas reglas que constatan que en la convivencia, ya sea en la cárcel o en cualquier parte, es donde se conoce a los hombres, complejos, diversos y a menudo perdidos en un mundo trastornado.

Coge a un grupo de personas de diferentes procedencias y culturas, que tengan caracteres de lo más dispar y mételos a convivir durante un largo periodo de tiempo dentro del mismo recinto. Esto, que suena a “reality show”, es el día a día una prisión, pero a diferencia de la televisión, aquí el objetivo es conseguir un ambiente de cordialidad. Encajar las piezas para que esto ocurra es todo un desafío.

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