Profesor en prisión: Don't stop me now

Profesor en prisión: Don't stop me now

Llevo muchos años dedicado a la docencia. Desde que empecé mi andadura profesional supe que necesitaba complementar mi actividad con la formación y de tanto empeño, supongo, lo conseguí pronto. Son muchos los proyectos formativos en los que me he involucrado y muchos los alumnos a los que he tenido la suerte de dar clase en estos últimos 15 años.

Poco después de saber que iba a entrar en prisión, todavía con el desconcierto y el escalofrío en el cuerpo, pensé que una buena forma de ocupar mi tiempo podría ser la formación. Pero claro, el marketing digital o estratégico es algo que no parecía muy útil para la mayoría de los presos, así que si quería dar clases en la prisión, tenía que tirar de fondo de armario. Pensé que el inglés podría generar interés y lo llevo usando toda mi vida en el trabajo, así que me dije, “ponte manos a la obra”. En cuanto empecé a preparar los contenidos, antes siquiera de proponérselo al educador (responsable de estos asuntos en el módulo), supe que aquello iba a terminar siendo algo más que una clase de inglés. Lo que no me imaginaba, es que se iba a acabar convirtiendo en auténticas dinámicas de grupo en las que además de enseñar inglés, aprovechaba para desarrollar una actividad en la que “amaneciera” un rato en nuestro abismo, riéndonos, cargando pilas y evadiéndonos. El objetivo teórico era aprender inglés, pero había escondido un objetivo mucho más ambicioso y gratificante, en efecto, mis ilustres alumnos aprenden algo de inglés, pero lo que yo intento a toda costa es entregar y recibir ilusión, evasión, esperanza y autoestima.

En mis clases, traducimos y comentamos frases inspiradoras (“quotes”) que más tarde copian en sus cartas de amor o las cuelgan en los corchos de la celda. También representamos diálogos cortos de películas a petición popular que le pido por carta a algún samaritano (The Godfather es la preferida, ¿por qué será?) o cantamos y traducimos canciones usando las partituras que me mandan para mi guitarra y la guitarra en sí. Además, como una forma de burlar nuestra suerte, recreamos situaciones divertidas en aeropuertos, restaurantes, tiendas, playas, taxis, hoteles y sobre todo en bares y discotecas :D. Empecé las clases con 7 alumnos y ahora tengo “númerus clausus”... En el aula no cabemos más de 18 alumnos, así que hemos puesto una lista de espera que va rotando al son de la libertad de unos y del ingreso de otros.

El otro día pensaba en un artículo que recientemente escribí en Hubspot sobre elementos básicos para organizar un evento. Y, ahora, pensando en dónde y cómo doy mis clases, no puedo evitar pensar en el peculiar sentido del humor que tiene esta vida; tomo nota y continúo. Aquí no hay rastro de instalaciones luminosas como las de las universidades que frecuentaba, nada de grandes pantallas y proyectores, powerpoints, punteros laser, micros de solapa, sillas ergonómicas o internet. Pero, ¿qué más da? En el fondo eso es lo de menos, es superfluo, centrémonos en lo importante.

Son las 16:55 y oigo que anuncian por la megafonía el “inicio de actividades” de todas las tardes. Espero en la clase a que lleguen mis alumnos. El aula está bien, recuerda a la de un colegio público salvo porque las sillas son de plástico. Cojo una tiza y empiezo a escribir en una desgastada pizarra la letra de la canción de Queen que hoy vamos a traducir, leer, y cantar: “Don't stop me now". Ya os conté lo difícil que es conseguir aquí un CD pero este tengo la suerte de tenerlo, así que podré evitar el numerito de la guitarra que les di el otro día, haciendo este ejercicio pero con “With or without you de U2. ¿Qué no tenemos el CD? “No problems”, yo os la toco. La cara de mis alumnos era un poema cuando me vieron aparecer con la guitarra y ya ni os cuento cuando empecé a cantar, aunque pronto dos o tres valientes me acompañaron y al final parecíamos “el coro de la cárcel” en versión low cost. De verdad que estoy perdiendo la vergüenza. Me he dado cuenta de que reírme un poco de mí mismo me hace bien. Creo que el Peter Pan que llevo dentro se me está viniendo arriba porque practico más que nunca el “¿a que no te atreves?”.

Otra cosa que me está pasando y no acabo de entender es que me pongo cada vez más en “modo poesía”. No es romanticismo ni sensiblería, es un modo de ver las cosas con más emoción, con más gratitud y que crece dentro de mi y me acompaña a todas partes. Como si se me activara un psicofármaco en la cabeza que me hiciera ver las cosas aparentemente insulsas con extraña belleza.

No sé de dónde viene esa energía, pero le doy las gracias a mi buen Dios y le pido que me la conserve. No quiero llevaros a confusión. Tras leer uno de mis relatos, reconozco que a veces puede dar la sensación de que estoy encantado con esta situación. Nada de eso. Estoy muy jodido. Sufro mucho, sobre todo por los míos. Desearía poder revertir esta desbordante situación a toda costa, así que solo busco desesperadamente algún sentido a este despropósito.

Ya os imagináis, en mis clases nada de estudiantes preparadisimos, directivos o ambiciosos emprendedores. Ahora tengo ante mí a una variopinta fauna criminal, pero yo no pienso dedicarme a juzgar, estoy centrado en mi cometido, también os digo que hay criminales y criminales y que hay días que uno siente especialmente el duro castigo de pisar el mismo suelo que cierta gente.

Primero copiamos la canción original y luego la traduzco. Antes de darle al play y empezar a cantarla, la leo muy despacio, desmenuzando cada frase para que puedan atender a la pronunciación y asociar la palabras al significado y luego se la doy a leer a algún alumno. Hoy le toca a Rufo, que con mi edad acaba de empezar el bachillerato. Yo me quito el sombrero, sin duda es uno de mis alumnos aventajados. Suele enfundar su metro ochenta en chandals coloridos y lleva siempre el pelo engominado con efecto mojado como si fuera a una gala. Una combinación insuperable, más si tenemos en cuenta la solemnidad y el interés con el que lee la letra de Freddie Mercury. Yo le voy corrigiendo cuando pronuncia mal y a la tercera vez que lo hago, levanta la mirada del papel un instante, me mira confundido y entonces empieza a empequeñecer hasta casi desaparecer. Y eso que es un tipo muy duro; hace unos días me enseñó los disparos que tiene en el cuerpo sembrados en dos atracos y una pelea entre bandas, pero eso es otra historia y no me quiero ir por las ramas, más adelante os hablaré de ella.

Antes de empezar estas sesiones, Jorge, el profesor de alfabetización, un visitador médico que no sé qué delito ha cometido, pero que lleva ya años de cárcel, me advierte sobre mis inminentes clases.

Isaac no te comas mucho la cabeza, la gente pasa mucho, se apunta a la actividad pero luego se cansa. No te agobies si se te duermen o se ponen a escribir cartas, tú déjales a su bola. No se te ocurra mandarles tareas y ponte muy serio con los horarios, que nadie se levante hasta que acabe la clase, no te desesperes.


Con este panorama como para echarse a llorar empezaba mi andadura formativa en prisión. Mi ilusión al oír eso os confieso que se desinfló y tal vez esa advertencia le dio forma y altura al desafío y provocó que me esforzara más. Tal vez por eso, los augurios de Jorge no se cumplieron. A menudo tengo que echar a los alumnos de clase, hacen todo los deberes que les mando y me piden más, presumen con el resto de reclusos y con sus familias de sus avances, me asaltan por el patio para preguntarme por esto o aquello y no tengo ninguna queja de su comportamiento. Pensando en cuál puede ser la razón por la que no se cumplieron los augurios de Jorge, creo que a parte de sus advertencias, que sin duda me pusieron en guardia, ha sido el “modo poesía” lo que más ha tenido que ver.

¿Sabéis? Les estoy muy agradecido. Ellos no saben que me están alimentando. En cierto modo me salvan. Ya lo sé, otra vez la poesía. Ellos permiten que siga haciendo algo que amo y así le doy un poco la espalda a la adversidad. Es como un pedazo de victoria y tal vez por eso le pongo la misma pasión que a mis clases del IE Business School o que a una ponencia ante una gran e ilustre audiencia. Una pasión que me agradecen con su ilusión, con esos apuntes que toman con inesperado interés, con sus “hello teacher” y sus “have a nice day”, con su atención de lechuza hambrienta, con sus pequeños diccionarios comprados por sus madres y mujeres y, sobre todo, con su efímero despertar en esta ciudad dormida.

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