Desintoxicación digital forzada y bendita

Desintoxicación digital forzada y bendita

Antes de entrar en prisión me dedicaba de pleno al marketing digital. Lo estuve haciendo durante los últimos 5 años y llevo siendo profesor de esta materia casi una década. Mi primer blog lo empecé a escribir hace ahora 13 años, cuando la bloggesfera en España era una pequeña barriada de pueblo. Siempre fuí un “early- adopter” y un “heavy-user” de las redes sociales. Comprendedme si recurro a estos tecnicismos, es pura nostalgia. Los utilizo en el blog porque si lo hago aquí podría peligrar mi integridad física :D.

Si os asomáis a mi Twitter personal, os resultará fácil comprobar cómo mantenía una actividad considerable. Por supuesto, el whatsapp y el correo electrónico se habían convertido en mi segundo sistema parasimpático, convirtiéndose los mensajes enviados y recibidos en un complementario, pero igualmente necesario, latir y respirar.

Tengo un corcho en mi celda en la que cuelgo las fotos más representativas de mi equipaje emocional. El espacio es muy limitado, así que las elijo cuidadosamente porque son las ventanas por la que se cuelan los recuerdos que me colman de esperanza. Podríamos decir que es como mi muro de Facebook o mi “stories” de Instagram, pero en versión estática. Eso sí, interactúo a diario con ellas, poniéndoles “me gustas” imaginarios y comentándolas en susurros.

Miro una de mis fotos preferidas, tomada en una terraza de Alicante durante mi último verano en libertad. Mis tres pequeños nos rodean a mi mujer y a mi y se nos ve felices. Sin embargo, cuando estoy recreándome en la foto, percibo un detalle en el que no me había fijado y que ahora, repentinamente me estremece y me incomoda, ¿qué coño hago yo en plenas vacaciones, en una preciosa noche de verano y rodeado de lo que más quiero, sosteniendo el móvil en la mano como un poseso? Lamentable desperdicio de momentos únicos y pésimo ejemplo para mis hijos. Me invade un sombrío reproche, como una lección que debería haber aprendido sin necesidad de que la prisión me la inculcara forzosamente.

Esta imagen me conecta con otras tantas en las que me veo a mi mismo en situaciones que merecían toda mi concentración y que se veían secuestradas por una estúpida e ilógica atención al móvil. Ahora lo veo claro, momentos que deberían ser sagrados, como una cena con mi familia, una charla con mis hijos, una lectura interesante, una copa con un amigo o un simple amanecer; se veían violados por mi estúpida adicción al móvil y a las redes sociales. Una dependencia que nos afecta a muchos y que es producto de una dinámica en la que estamos inconscientemente atrapados y con la que estamos ofreciendo un mal ejemplo a nuestros hijos.

Las redes sociales tienen la facultad de acercar a los que están lejos y a los que son desconocidos y de alejar a los que estamos cerca y nos conocemos.

Que quede claro que no he enloquecido y cuando salga de aquí espero no convertirme en un cavernícola sin móvil ni redes sociales. Lo que sí voy a hacer, es proporcionar radicalmente tanta conectividad. El cómo lo voy a hacer os lo cuento al final de este post. Las redes sociales son la gasolina para nuestro ego. Muchos vivimos obsesionados por compartir una realidad adulterada por el Narciso que llevamos dentro y nos retroalimentamos los unos a los otros con un contenido de ficción que sólo muestra nuestro lado más pretencioso, como en una especie de pose forzada que no suele responder a nuestro yo más auténtico.

No nos damos cuenta (por supuesto me incluyo), que en este ejercicio a veces se nos derrama por el camino, nada más y nada menos, que una parte esencial de los mejores momentos y del irrepetible “aquí y ahora”. Ese “aquí y ahora” que John Lennon reivindicaba brillantemente en la frase “la vida es lo que nos pasa mientras estamos haciendo otros planes” y que ahora, si levantara la cabeza o nos pudiera ver a través de una mirilla, podría decir también “la vida es lo que nos pasa mientras estamos en las redes sociales”.

Fijaros si será así la cosa que la Fundéu, acuñó en el 2016 el término “ningufoneo” refiriéndose al “hecho de que una persona solo preste atención al dispositivo móvil sin hacer caso a su entorno, en especial a las personas que lo rodean ”. ¿Os suena la escena? Bueno, es evidente que mi desconexión del móvil y de las redes sociales es forzada y no tiene ningún mérito. De hecho, está por ver en qué medida voy a ser capaz de proporcionar mis viejos hábitos una vez recupere mi libertad. Es más, me pregunto qué pensaría si llegara a mis manos el post de un preso que me insta a proporcionar mi actividad en las redes sociales, mí “ningufoneo” y mi dependencia al móvil. Es posible que pensara algo así como “jódete, si te han quitado el móvil,no nos amargues la vida a los demás”, pero no puedo evitar pensar que también es posible que me hiciera pensar y quien sabe si no intentaría, al menos, proporcionar un poco el uso del móvil.

En la cárcel, una de las cosas que hago es prepararme para la libertad. Para una libertad más libre que la que dejé tras las rejas ¿qué paradoja verdad?. En mi plan hay cuatro medidas para meter en cintura tanta delirante conectividad. Espero encontrar las fuerzas para llevarlas a cabo. Seguramente tu ya tengas clarísimas estas reglas que me pienso auto imponer, en cualquier caso, permite que las comparta contigo:

Crear zonas “sagradas” en “modo avión”. En la cárcel vivimos “en modo avión” y las consecuencias pueden hasta ser buenas. Hablas más contigo y con los demás, lees más y te concentras más en lo que haces. Mi capacidad de concentración y la claridad para pensar ha aumentado notablemente en prisión, creo que el no verme atado al móvil ha contribuido mucho.

Abrir ventanas estrictamente acotadas a la interacción con las redes sociales. En la cárcel ya os he hablado de lo restringidas que son las comunicaciones. Tengo 5 minutos al día de teléfono, por lo que esta escasez severa me ha obligado a planificar y racionar mis mensajes de manera drástica y también a sintetizar su contenido. No es ideal, pero puede llegar a parecerte suficiente. Espero que tras esta prueba me resulte más fácil controlarme. Ojalá consiga acabar con esa vida en la que siempre estaba el móvil en el rabillo del ojo.

Leer noticias solo en determinadas fuentes. Recuerdo lo preocupado que estaba al ingresar en prisión y perderme ese torrente de actualidad que corre por Twitter, Facebook y Whatsapp. Ahora me tengo que informar con las noticias de la tele, con el periódico del día anterior, con las cartas de mis amigos y con libros que hacen que me sienta al día. No parece ideal, pero si tenemos en cuenta que 7 de cada 10 noticias que corrieron en redes sociales en el 2018 eran “fakenews”, tal vez no me esté perdiendo tanto.

Restringir más los contenidos que comparto y pensar más en la privacidad. Preguntarme más seriamente el sentido o el objetivo de compartir ciertas cosas y no hacerlo hasta estar completamente seguro. Es curioso, pero tras decidir compartir sin pudor mi vida en prisión, ha aumentado la necesidad de proteger ciertos momentos de mi vida privada. Eso sí, nada más salir y para resarcirme de tanta contención voy a volver a retomar mi abandonado blog de pesca submarina. Estoy deseando decir eso que de “nos vemos en el azul”.

Profesor en prisión: Don't stop me now

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Ponte guap@ en la adversidad

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