El rostro del coraje
“El coraje es la gracia bajo presión ” Ernest Hemingway
Yo os introduje brevemente a M en el post “El rinoceronte atrapado” prometiéndoos que iba a volver a invitarle a Amanecer en el abismo. ¿Cómo no hacerlo si durante estos meses ha sido una de las personas con las que más tiempo he pasado? Mi padre suele decir que somos la media aritmética de las 5 personas con las que más tiempo pasamos y, aunque el tiempo que paso en compañía es escaso, ya que estoy solo en la celda y que paso 15 horas en ella, he tenido claro desde el principio que era importante ser cuidadoso al elegir la gente con la que iba a compartir más tiempo.
A M le he contado lo del blog y al preguntarle si podría hablar de él me ha pedido que lo haga sin descubrir su identidad, así que eso voy a hacer. Eso sí, intentaré mantener intacto lo que de él he aprendido. M está condenado por pertenecer a una organización criminal serbia de base política y, si bien no quiero meterme a fondo en este tema, en la historia que él cuenta dice que lo único que verdaderamente hizo fue ayudar a un amigo que estaba metido en un lío muy grande. En cualquier caso, ¿quién soy yo para juzgarle? El ya ha sido juzgado y está pagando sobradamente lo que pudiera haber cometido.
M tiene 4 hijos menores de edad, tiene 46 años y su familia vive en Barcelona desde hace casi 10. Es serbio o, como él dice, “yugo-nostálgico”. Siendo menor de edad, se escapó de casa para tener una corta pero intensa participación en la guerra civil yugoslava. M no tiene estudios superiores, pero es una de las personas que conozco que más ha leído y además, posee una memoria de elefante. Habla 5 idiomas fluidos y ha vivido en 4 países en los últimos 25 años. Domina el castellano y lo habla con lo que debe de ser una mezcla de acento serbio e italiano, aunque a veces hablamos en inglés. Posee una fortaleza estilizada, a base de músculos largos y robustos contenidos en casi 2 metros de altura que cultiva disciplinadamente en el gimnasio casi todos los días. Su cara, además de tener una prominente nariz, recuerda a la de las figuras griegas. Es un hombre de valores marcados que no duda en mostrar a la mínima oportunidad con cierta vehemencia. Tiene unos ojos verde terroso impenetrables y cuando te mira defendiendo una idea se te hielan hasta las plantas de los pies. La rudeza de su aspecto se acentúa con una voz grave y cavernosa que parece salir de un volcán.
M ya lleva pagados 5 años de prisión y ha pasado parte de su condena en módulos de aislamiento en los que se vive una cárcel devastadora, con 21 horas de celda al día, un patio minúsculo por el que pasear y unos compañeros que suelen ser muy peligrosos. El otro día le contaba que un recluso que acababa de entrar en el módulo se quejaba angustiado por el agobio de la celda y por los seis meses a los que le habían condenado. M, sonriendo, me dijo con su peculiar acento: “joder hombre, eso lo paso yo debajo de la cama y sin moverme”. M tiene una fortaleza mental y física de acero, pero al mismo tiempo y contra todo pronóstico es un tipo sensible y romántico como pocos. M no se relaciona apenas con los demás reclusos; sólo lo hace conmigo y con un par de tipos más, de los cuales uno es sordomudo (y no es broma :D). En eso no nos parecemos, ya que yo, aunque profundizo con pocos, si que me relaciono casi con todo el mundo.
No os podéis imaginar el respeto que este tipo genera en el módulo. Os aseguro que nunca he tenido que buscar protección aquí dentro, ni tan siquiera he sentido en el tiempo que llevo, la más mínima amenaza a mi integridad, pero es cierto que ser su principal compañero me ofrece un extra de seguridad, ya que, sin duda, no hay nadie más temido y respetado en el módulo que M.
Con él mantengo conversaciones muy profundas. Hablamos de historia, política y filosofamos. También intercambiamos música y libros. Solemos ir y venir de muro a muro en el patio o nos sentamos un rato al sol de invierno, rememorando experiencias pasadas que nos acercan a buenos momentos cuando éramos libres y nos evaden de la prisión. Un poco antes del “chape” de la noche (20:00) solemos reunirnos un rato, normalmente en la puerta de su “chabolo” y escuchamos todo tipo de música mientras charlamos y bebemos Pepsi Light, imaginando que es un buen cubata. ¡En la adversidad hay que empoderar la imaginación! De música sabe un montón y atesora una valiosísima discografía a base de cd's, un bien muy preciado aquí dentro. Por supuesto, en la cárcel no hay posibilidad de tener internet, ni dispositivos de ningún tipo, así que olvídate de Spotify, algo por otro lado normal, digo yo. Lo que no parece tan normal, o al menos yo no acabo de entender, es que también estén prohibidos los mp3 o que te traigan tus cd’s de fuera. Si quieres tener música sólo puedes hacerlo comprando cd's por “demandadero”, una especie de “teletienda” que nunca tiene los discos que deseas.
La primera vez que me dejó su porta-cd's me quedé flipado. Sabina, Julio Iglesias, Sinatra, Nina Simone, Metallica, Guns and Roses, Queen, Bebo y el Cigala, Maná... Además de mucha música clásica, ópera y música serbia. La coincidencia con mis gustos parecía una premonición de nuestra amistad. Llevaba cuatro meses sin escuchar mi música, salvo alguna canción que pillaba en la radio, normalmente en Rock FM o en Radio 3. Esa misma noche, tras ver mi emoción ante el descubrimiento, e intuyendo lo mucho que lo necesitaba, M no dudó en dejarme el precioso tesoro sin que se lo tuviera siquiera que pedir. Se despidió de mí en la puerta de su celda guiñándome el ojo y deseándome una intensa velada. Una vez más, algo cotidiano y accesible en la calle se convertía aquí dentro en oro puro. Me puse los auriculares nada más llegar a mi celda y no me los quité hasta las 2 de la mañana. En efecto, fue una noche “intensa”. Bailé, canté, soñé y lloré. Y lo hice a todo volumen. El olfato y el oído son sentidos que estimulan los recuerdos y las emociones con especial potencia. Viajé a todos esos momentos mágicos de mi equipaje emocional con la misma intensidad con la que el fresco aroma a colonia infantil con la que Mayte perfuma mis sábanas, me conduce felizmente a mi hogar y al abrazo de mis hijos.
M también es compañero de guitarra. El está dando sus primeros pasos, pero es un compañero ideal porque le encanta cantar y lo hace bien y con pasión. Estremece ver a un hombre con esa historia y esa ruda apariencia achinar los ojos emocionado mientras canta tiernamente “Love of my life” de Queen al son de mi guitarra. Apenas puedo tocar de la emoción y pienso que esta vida es increíble y que, si te empeñas en cosecharlos, te puede ofrecer momentos extraordinarios y felices en las situaciones más inverosímiles. Sonrío por dentro y me obligo secretamente a degustar ese momento mágico con gratitud y devoción.
M tiene tres amores en esta vida. Su familia, su patria fragmentada y la vida en sí. Mantiene con perseverancia sus ganas de vivir y su fortaleza a pesar de los años pagados y los que le quedan. Contemplo esa actitud con esperanza y admiración y, aunque a veces se viene abajo, preocupado por sus seres queridos. Me habla a menudo sobre la dignidad y el coraje y me ilustra con ejemplos de personajes históricos que, a su juicio, dieron un recital de lealtad a sus principios. Desde muy joven, y gracias a esa siniestra experiencia bélica que vivió en primera persona, aprendió que este maravilloso milagro que es la vida se puede esfumar en un instante. Y mientras dura, hay que llenarla y aprovecharla al máximo. “Mira cómo me pongo”, me dice mientras se arremanga brúscamente la manga de su jersey mostrándome su piel erizada. El contraste es a veces la única forma de ponderar nuestra adversidad en su justa medida. Esta mañana, relativizando y contrastando nuestro sufrimiento, me habló de un estudiante montenegrino, lejano familiar suyo, que justo antes de ser fusilado mostraba en su rostro una expresión que representaba el máximo exponente de ese coraje. Sacó su cartera del pantalón y extrajo cuidadosamente una vieja foto en la que aparecía una escena insólita y me la mostró. Me quedé mirándola unos segundos y emocionado. Otra vez Nietzsche me susurraba al oído: “quien tiene un por qué puede soportar cualquier cómo”. Primero me sentí diminuto y frágil ante esa valentía demente y después me invadió una formidable corriente de energía que me colmó de fuerza e inspiración. ¿La notáis? Mirad bien la foto. Parece decir “aquí me tenéis, no os tengo miedo, vosotros no podéis hacerme nada”. ¡Increible!
Ljubo Čupić instantes antes de ser fusilado