Balance de mi primer año en prisión
¡La semana pasada cumplí un año de cárcel! Se dice pronto.
Lo sé, es lamentable que mi balance anual se cierre el día que entré en prisión y no en el año nuevo. Mi condena se mide en años, entendedme, es inevitable celebrarlos cuando pasan. No obstante, no me dedico a tachar días o semanas en un calendario, vivo los días atento a las oportunidades que me deparan, y así, poco a poco, va transcurriendo el tiempo. En este año he aprendido muchas cosas, algunas de ellas, posiblemente han cambiado para siempre y felizmente mi manera de ver la vida.
Me siento bien después de todo, porque tengo la sensación de que he conseguido lo más importante: he seguido avanzando. No se le pueden poner puertas al campo, y yo debo tener algo de campo. Como decía Martin Luther King “Si no puedes volar, corre; si no puedes correr,anda; si no puedes andar,gatea; pero hagas lo que hagas ¡sigue avanzando!”. Algo así me dije a mi mismo al comienzo de esta historia y no voy a dejar de repetírmelo: Nunca te pares, Isaac.
Dejadme que comparta con vosotros este desordenado balance de lo que ha sido este año preso, de lo que he aprendido, y perdonadme por favor si olvido cosas o exagero. Ya sabéis que estos relatos desde prisión son más sentimiento que razón, y a las emociones no se les puede exigir siempre proporción o equilibrio. Aquí tenéis las lecciones que la cárcel me ha enseñado durante este año en el abismo.
Que para empezar, y eso ya es un triunfo, he identificado las cosas que no me pueden robar con muros y barrotes y las he potenciado. Cosas que a pesar de todo, ofrecen auténtica libertad. La capacidad de soñar, de aprender, de imaginar, de crear, y sobre todo, la posibilidad de amar.
Que a pesar de eso, no os negaré que esto ha sido una puta Montaña Rusa emocional. Seguro que cualquiera que haya vivido la adversidad sabe a qué me refiero. A veces me he sentido como un niño que busca desesperadamente los faldones de su madre y otras, un gladiador peleando a muerte en la arena, sin temor a nada. Pero en ese sube y baja, noto como el vagón en el que viajo está cada vez más sujeto a sus raíles.
Que la cárcel me ha presentado al Dios de las pequeñas cosas. ¡El mayor regalo en esta aventura!. Me ha enseñado a disfrutar faltándome de todo. Me ha demostrado que la felicidad verdadera está más en el cómo que en el qué y no la encontrarás ni en mis bolsillos, ni en el éxito, ni en las medallas, ni en mi resentimiento.
Que la risa en la derrota vale por dos y tiene algo de milagro. Como la risa de un pobre o de un enfermo. Me rindo ante el sentido del humor cuando consigue sobrevivir a un naufragio. Siempre he admirado a los payasos y su propósito. De pequeño me daban miedo pero ahora me parecen héroes. Soy de humor fácil y me suelo reír hasta de mi sombra, siempre he sido un poco payasete y a mucha honra....pero tiene huevos que sea aquí, en este lugar oscuro y deprimente, donde mi lado cómico se ha desplegado más que nunca. Es lo que hay amigos, prefiero hacer reír y reírme de mí mismo, a dar pena y compadecerme. Tomarse la vida demasiado en serio cuando todo va como el culo no es buena idea.
Que he conocido a gente que no parecía tener nada que ofrecer y han terminado dándome auténticas lecciones de vida. Gente que ha conseguido inspirarme. Gente que, con sus historias a cuestas, me ha ayudado a ver las cosas con una perspectiva mucho más amplia y positiva. También se han caído mitos y prejuicios, y he conocido a villanos que son héroes y a héroes que son villanos.
Que la auténtica libertad está en nuestro corazón y en nuestra cabeza. Esta idea es el hallazgo más alentador que un preso pueda poseer. Me acompaña cada día. Creo tanto en ella que me he hecho un cartel gigante con letras de colores que he colgado en el corcho de mi celda.
Que una de las mejores cosas que te pueden pasar en la adversidad es que el Peter Pan que dormita en algún lugar de tu interior, despierte. Y el mío lo hizo, y ahora no hay quien lo acueste. Ha desarrollado mi curiosidad y me obliga a practicar más que nunca el “a que no te atreves”.
Que el niño que hay dentro de mi no entendió nada de lo que aquí estaba pasando. Cuando estalló esta guerra mundial en su mundo, a pesar del miedo y la sorpresa, en lugar de ponerse a patalear, le dio por sacar del armario todos los juguetes y concentrarse en jugar, como si esto no fuera con él.
Que conforme transcurre el tiempo que estoy encarcelado, me posee un algo indeterminado, un algo que ha ido creciendo en mi interior y que he llamado “modo poesía”. Como dijo Ramón de Campoamor, “nada es verdad o mentira, todo es según el cristal con el que se mira”, y el cristal desde el que yo miro ahora debe ser un cristal de alta sensibilidad a la belleza. Un cristal que no deja que se me escape una oportunidad para disfrutar de lo que tengo y me hace ver cosas aparentemente insulsas con una extraña belleza. Gracias señor.
Que las cárceles tienen algo de infierno. Desde que entré me he encontrado con dolor, desesperación y miedo. Ante él me he venido arriba, no me preguntéis cómo ni por qué. Desde que entré aquí, he intentado a toda costa encender la luz en la oscuridad, como si tuviera una misión. Pensar y actuar así sencillamente me ha salvado, no sólo de la cárcel, también de una vida a medio gas.
Que no juzgaré jamás a nadie hasta no caminar al menos un kilómetro en sus zapatos. En mi mundo de comodidad y abundancia, siempre he visto la cárcel como algo lejano, triste, oscuro. Un agujero hediondo, que contemplaba con una mezcla de desprecio y pena, con ese aire de espectador imbécil que no tiene ni puta idea de qué va la película ni tampoco le importa. Puedes opinar sobre cualquier cosa pero la única manera de entender algo de verdad es vivirlo, sentirlo y sufrirlo.
Que aunque mi familia esté al otro lado de estos muros, os juro que me siento más unido a ellos que nunca.
Que me siento como ese equipo de fútbol aplastado y que pierde por goleada pero cuya afición, anima y vitorea como si fuera a vencer. Supongo que eso me hace sentir la responsabilidad más grande del mundo, una responsabilidad que no me deja ni siquiera pensar en rendirme. El afecto es el mecanismo de resistencia y protección más eficaz en esta historia. Amar y sentirme amado está siendo el verdadero amanecer en el abismo. No hay gasolina más poderosa.
Que he puesto al límite mi paciencia y mi resistencia. He vencido el asedio feroz de la espera engañando al tiempo como he podido. Espero sin desesperar, o mejor dicho, no espero. Subo la cuesta de esta empinada montaña recordando que el sufrimiento es necesario para cualquier logro. También me siento bien observando cómo mientras escalo dolorido, mis piernas se endurecen, mi corazón se agranda y mi mente se hace más fuerte.
Que cambiar el enfoque de una pregunta o una actitud lo cambia todo. Ahora digo mucho menos eso de "tranquilo, ya llegará tu momento” y mucho más “espabila, este es tu momento”, y también he sustituido un angustioso y estéril ¿Por qué a mí? por un práctico y alentador ¿para que a mi?.
Que ante tanta debilidad y oscuridad, desde el primer día supe que lo poco que tuviera para ofrecer, lo tenía que compartir. Y de hacerlo, esta especie de misión iba cobrando sentido y yo me encontraba cada vez mejor. Lo dice San Juan de la Cruz y yo digo AMÉN. “DONDE NO HAY AMOR PON AMOR Y ENCONTRARÁS AMOR”. Este sea tal vez el aprendizaje más emocionante que me llevo de la cárcel. Por el momento he recibido infinitamente más de lo que he dado y sin esperarlo.
Que de tantas horas de celda y soledad sin duda me conozco mejor. Sólo mirando dentro puedes conciliar las cosas entre el mundo y lo que has venido a hacer en él. Me encanta esta frase de Carl Jung: “tu visión será clara sólo cuando mires dentro de tu corazón, quien mira fuera sueña, quien mira dentro despierta”. La cárcel me ha ayudado a mirar hacia dentro y tengo la sensación de empezar a despertar.
Que cuando abro mi corazón mejoro, y para mí escribir es una manera de abrir el corazón. Durante este episodio de mi vida he descubierto su inmenso poder curativo. También lo importante que es construir un relato saludable con tu historia. El modo en el que narras lo que sucede puede marcar tu camino.
Que he conseguido silenciar la opinión de aquellos que cuestionan la mejor versión de esta historia y de mi mismo. Los malos augurios y las opiniones dañinas las he dejado allí, abandonadas en el principio del camino que conduce donde quiero llegar. Y ahí se van a quedar.
Y hasta aquí lo aprendido.
Bueno también una confirmación de algo que ya sabía: la actitud lo es todo. Cuando todo se detenía, cuando estaba ahogándome, cuando mis sueños se esfumaban, cuando mi mundo se desmoronaba, algo en mi interior me decía eso que os comentaba al principio: “pase lo que pase, nunca te pares”. Y eso he intentado hacer. He seguido luchando, he seguido siendo yo más que nunca, he seguido creando cosas, viviendo la vida, he seguido amando. Corro inventando paisajes, toco y canto más que nunca y con alma de fiesta, leo con furia, gestiono un equipo de presos a los que admiro, sigo avanzando... He conservado intacta la ilusión por la vida. No he parado hasta encontrar algún significado a esta prueba. Lucho cada día por convertir cada lágrima de los míos en un mar de esperanza.
Y sí, por supuesto que tengo mis días malos, como todo el mundo. Y cada día le pido a Dios, con agradecimiento, humildad y un poco de desesperación, que conserve mi actitud y que me siga dando fuerza y resistencia hasta llegar con buen ánimo al final del este túnel. Hasta que por fin llegue el abrazo de los míos en libertad.