Mar golpeando el muro
Y te acercas, y te vas, después de besar mi aldea. Jugando con la marea, te vas pensando en volver, eres como una mujer perfumadita de brea, que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme… - Mediterráneo (Joan Manuel Serrat)
Entre los mensajes que me mandan todas las semanas los lectores de Amanecer en el Abismo, encontré una que me llamó la atención especialmente. Contenía un poco de casualidad, mucho agradecimiento, una petición a quemarropa y una foto entrañable en la que pronto reconocí a Eduardo.
Tamara, a quien no tengo el gusto de conocer, me escribe en su mensaje sobre el interés con el que sigue mis relatos y me agradece, en cierto modo, mi papel narrando lo que pasa aquí dentro. Sus palabras me hacen sentir un poco como un corresponsal de guerra en primera línea de una batalla en la que su chico combate. En el mensaje también me cuenta que le haría ilusión que su chico fuera protagonista de algunos de mis relatos.
Tras leer el mensaje, fui en busca de Eduardo, con quien tengo una buena relación. Él, como muchos reclusos aquí dentro, también lee mis relatos, e imagino que fue él quien sugirió a su chica para empezar a leerlos… Le entregué la foto que me adjuntaba Tamara y le dije: “Toma, disfrútala. Tu chica te adora, cuando hables con ella dile que le prometo ese post, claro que sí, y que será todo un honor.”
Ella no lo sabe, pero lo que me pedía ya estaba en mis planes, así que confieso que me ha resultado fácil cumplir mi promesa.
Un preso puede evadirse y alcanzar pedazos de libertad de muchos modos. También hay métodos tóxicos y desaconsejables como las drogas o las pastillas, pero eso es otra historia. En estos relatos que os narro desde prisión siempre intento encontrar ejemplos, al fin y al cabo una de las estrategias de salvación más importantes en esta historia, y en la adversidad en general, es la evasión. Los libros, el deporte, la música, la imaginación o una buena charla son, entre otras cosas, eficaces flotadores emocionales.
Los que me conocéis bien, ya sabéis lo que el mar significa para mí. El mar me hechizó desde niño y siempre he buscado la forma de estar muy en contacto con él. Supongo que vivir toda la vida a 3 minutos del mediterráneo y que mi padre sea marino mercante habrá influido mucho. Siempre me han atraido los deportes acuáticos y desde joven los he practicado con devoción y, en concreto, la pesca submarina, el windsurf, el wakeboard y la natación en aguas abiertas se han convertido en auténticas pasiones. Ocupan parte de mis recuerdos y mis anhelos en prisión y engrosan la lista de cosas que sueño con hacer cuando empiece a disfrutar los primeros permisos y, sobretodo, cuando la cárcel y yo hayamos terminado definitivamente con esta relación miserable.
Y, la verdad, ya me había hecho yo a la idea de que aquí no iba a encontrar a nadie con quien charlar de tú a tú sobre estas pasiones. Me refiero a hacerlo sin temor a que piensen que estoy loco. Una cosa es charlar en algo y otra bien distinta es poder sintonizar con alguien la misma frecuencia, el mismo deseo por algo, el mismo ímpetu… Lo que más se podría parecer a este tipo de conexión es la que consigo a través de mi desesperada correspondencia con algunos amigos, como Ángel, con quien comparto aventuras sobre buceo y apnea, con Víctor y Jaime charlando en diferido sobre travesías a nado, pasadas y futuras o con mi querido padre, que a Dios gracias, me sigue contando sus historias de marino. Sin embargo, igual que lo hizo Cocoliso y la guitarra, el talego y mi destino volvían a sorprenderme y, a falta de mar, me enviaba una brisa refrescante desde la mismísima Colombia.
Eduardo cumple su condena por narcotráfico, sin embargo, antes de que le apresaran, se había dejado el negocio para ser instructor de Kitesurf y llevaba ejerciendo como tal una buena temporada. Llama la atención su indumentaria y su estilo, da igual cuando te lo encuentres, parece que acaba de salir de una de sus clases en la playa. Creo que lo hace adrede para conservar, al menos, el reflejo de lo que es realmente ahí fuera y así sentirse mejor. Llamadme iluso o flipado, pero a mi también me gusta conservar mi estilo como si estuviera en libertad. Ya os conté lo importante que es estar a gusto con tu apariencia, sobre todo en la adversidad.
Cuando le vi por primera vez lo tuve claro, “este tío le pega duro al mar”. Si tuviéramos que crear un personaje para interpretar el papel de instructor de kitesurf en una película, diseñaríamos a Eduardo. Muy moreno, de media estatura y complexión ligeramente musculosa y estilizada. Muestra una sonrisa que luce blanca en esa piel tan morena. Cuando te habla con su voz tibia y serena y con sus ojos oscuros y pequeños lo hace con un marcado acento colombiano y cuando se dirige a ti te llama “parce” y termina muchas veces con un extraño “¿me hago entender?”. Exactamente igual que si estuviera dando una de sus clases en la playa. Y, como buen playero, siempre le encuentras al sol, con sus gafas de espejo, un libro a cuestas y unos auriculares un tanto sofisticados.
Con él tengo la suerte de poder hablar de loco a loco, de todos esos cachivaches que son tan corrientes en nuestra pasión y, cuando lo hago, me sonrío por dentro porque es evidente que durante ese ratito ambos le damos la espalda a esta cruel cárcel del demonio. Hablamos de Levantes, Garbís, Leveches o Mistrales, de trasluchar, de ceñir, de “ir al largo” o del water-start con mucha traca. También de aparejos, materiales, neoprenos y marcas. Compartimos los lugares donde solemos navegar (spots). Rememoramos las tormentas perfectas, las jornadas míticas, los bordos inolvidables y esos trucos que nos han salido alguna vez, sólo alguna vez, tras miles de intentos. Y nos ponemos de acuerdo en que la vida va de eso, de intentarlo. Supongo que, en este punto, vernos gesticular haciendo el mono debe resultar inquietante para nuestros ilustres compañeros. Esas charlas, amigos, consiguen que cada cosa de la que hablamos, aunque esté a años luz de aquí, casi cobre vida al nombrarla y, a veces, de tanto evocarlas hasta podemos oír las olas golpeando estos putos muros que nos rodean.
Otra vez la actitud. Si te rodea la mierda, aferrarse con insistencia a cualquier recurso que te recuerde quien eres o quién quieres ser realmente se convierte en vital. No es fácil mantener a salvo la autoestima. Conseguirlo en la cárcel es todo un triunfo. No nos engañemos, cuando estás jodido, las oportunidades de encontrarte contigo mismo escasean y tienden a esconderse, así que, si te encuentras con una, por pequeña o ridícula que te parezca, aférrate.
Eduardo y yo también compartimos la afición por la lectura y por la guitarra. Hablamos de los libros que leemos y comentamos nuestros hallazgos. También hay veces que un libro le atrapa y se puede pegar una semana sin hablar con nadie, paseándolo por todas partes sin apenas levantar la vista de sus páginas.
Es muy devoto, de hecho lo conocí en la sala de guitarra tocando canciones para misa, pero pronto descubrí que a él también le pone el rock, así que cada vez estamos subiendo más la temperatura de su repertorio…¡ROCK!
Con Eduardo da gusto conversar, no sólo de navegar, también de la vida. Me gusta su filosofía de vida y está claro que ha decidido aprender de esta experiencia. Gracias a este tiempo de carencia, le hemos pillado el truco a disfrutar estrictamente de lo poco que tenemos a mano. También hacemos planes para cuando salgamos de aquí. Planes lejos de las felonías del tener, en las que aparecen cosas que no se pueden poseer, cosas que sólo se pueden vivir. En la cárcel a veces tienes la suerte de que te venga a visitar el Dios de las pequeñas cosas. Nosotros hemos recibido su visita, ahora rezamos para que no nos abandone nunca.
Aunque a todas luces es un tío muy independiente y va muy a su bola, a veces también entrenamos juntos y sintonizamos Rock FM al mismo tiempo y cuando a través de nuestros auriculares suenan Metallica, Led Zeppelin o Gun’s and Roses nos miramos sin decir nada y, a veces, la música, las endorfinas y esa conexión salina nos transporta a una ceñida un día cualquiera de sol y levante.
Ah, y antes de terminar quiero decirte algo Tamara. A pesar de todo, tienes muchas razones para sentirte feliz. Tu chico te ama con locura. No solo hablamos de navegar, de libros y de guitarra, también hablamos de vosotras, nuestras chicas, y coincidimos en que sois el motor de esta aventura y en que si hay alguien valiente en esta historia, esas sois vosotras. Él te llama “mi huertana” y, de verdad Tamara, tendrías que ver cómo le brillan los ojos cuando habla de ti. También compartimos vuestro sufrimiento y la certeza de que no hay nadie en el mundo más importante para nosotros que esas mujeres que nos aman y nos esperan ahí fuera.
Mantente animada, no pierdas la esperanza y no olvides que la felicidad está a la vuelta de la esquina y que el amor todo lo puede. Bueno, yo terminaría este post con un “nos vemos en el azul”, pero por lo que tengo entendido te gusta más este: “nos vemos en el agua” ;) ¿Te suena?
Eduardo navegando en su último permiso con 20 nudos. Foto que me trajo para ponerme los dientes largos. 6/5/2019 - Los Narejos