Carta abierta al Capitán

Carta abierta al Capitán

“Ponga rumbo al sur”, ordené. “Sentí una ligera tensión en el pecho antes de entregar el primer rumbo de mimando a la noche silenciosa, cargada de rocío y de centelleantes estrellas.” - La Línea de Sombra (Joseph Conrad)

Mi Querido Capitán,

En la última charla que tuvimos a través de ese cristal del demonio, te encontré más romántico de lo normal y eso es mucho decir. Me gustó mucho esa analogía que me hiciste sobre la cárcel y los barcos y que ya había asomado en alguna de tus cartas. He pensado en ella y quería compartir contigo mis reflexiones. Espero que no te moleste que lo haga a través de mi blog, que me consta lees con devoción, piensa que al fin y al cabo y puestos a comparar este es mi cuaderno de bitácora en esta larga y tormentosa travesía.

Me dices, con aparente convicción, supongo que para consolarme, que “lo de estar en la cárcel” es un poco como navegar a bordo de uno de los barcos mercantes en los que embarcabas durante largas temporadas. Aunque era chiquito, se que lo hacías por nosotros y que se apoderaba de ti una melancolía dolorosa antes de cada partir. Ahora te entiendo mejor. Aprendimos a vivir con esas ausencias que duraban meses y que sufrimos como ahora mis hijos sufren la mía. Y mamá, entonces, igual que mi mujer ahora, se desvivía por suplir el vacío que dejabas tras de ti. Yo no podré volver cargado de regalos como lo hacías tú, pero te puedo asegurar que voy a regresar con un plan para recuperar el tiempo que nos han robado.

Si te digo la verdad, Capitán, a mi esto de estar en la cárcel me parece más el vientre tenebroso y oscuro de una ballena que un barco, pero bueno, aprecio en cualquier caso tu noble intención. Cuando dices que estoy confinado aquí, sin poder salir, exactamente igual que cuando tú te embarcabas en una larga travesía, reconocerás que esa comparación es un poco forzada. Papá, seamos sensatos, comparar los muros miserables de esta prisión con el mar azul y majestuoso me resulta inadmisible, por mucho que estés cercado. Son dos formas diferentes de atrapar, ¿no crees?

Pero no te confundas, la idea que genera me entusiasma, igual que me entusiasma ver cómo te brillan los ojos cada vez que hablas de barcos y el lobo de mar que llevas dentro despierta. Por ejemplo, cuando me haces referencia a que los hombres de mar entran al embarcar en una especie de trance provocado por el aciago agujero en la vida que dejan en tierra. Pensándolo bien, eso si que debe parecerse a lo que siento yo en mi corazón día tras día al pensar en el sombrío hueco que he dejado ahí fuera.

Otra vez me vuelves a hablar del tiempo y su transcurrir.... “Tempus Fugit”, como tu dices. También me hacen gracia tus observaciones acerca de la similitud entre cómo lo perciben los hombres de mar cuando están embarcados y los presos.

Eso es cierto Capitán, la vida aquí también está tremendamente minutada y la rutina puede llegar a ser algo asfixiante. Aquí, el tiempo pasa con una inexplicable mezcla de pesadez de elefante y sigilo felino. Es algo inquietante e hipnótico.

Cómo te decía, aquí los días desfilan por tu vida con una parsimonia agotadora y son tan parecidos los unos a los otros que uno a veces se enfrenta a cada jornada como lo deben hacer esas muñecas que bailan en su cajita, dando vueltas y vueltas sobre el mismo eje y con la misma música mientras se miran al espejo. Sin embargo, es cierto que cuando miras atrás después de que haya pasado un mes, no te acabas de explicar dónde se han metido tantos amaneceres y entonces le sonríes un poco al calendario, porque la libertad o el puerto o como quieras llamarlo, parece llegar ligera. Los días pasan como si fueran meses y los meses como si fueran días.

En un barco Capitán, siempre hay cosas que hacer, ya sabes, un cabo que arriar, una cubierta que baldear, un rumbo que corregir, cocinar, limpiar, asegurar, gobernar... En la cárcel, en cambio, hay que darle forma al tiempo y llenarlo de ocupaciones. Y en esto has de ser estricto, creativo y tenaz. Ahora que lo pienso, ¿sabes qué papá? En relación al tiempo, en la cárcel hay tres frases épicas que retumban desde hace siglos en los muros de las prisiones de todo el mundo y que van rebotando de preso a preso:

“El que piensa y cuenta paga”

“De aquí se sale ”

“Un día menos”

Y yo no puedo evitar preguntarte, ¿hay tanta desesperación en las travesías de las que me hablas? Te podrás imaginar Capitán, que prefiero escuchar las frases que se deslizan por la cubierta de un barco, mientras siento como la brisa me despeina, oigo el crepitar de las olas rompiéndose en la proa y siento la inmensidad hechizante del azul que nos rodea.

También me cuentas, que cuando sueltan amarras, te empieza a poseer una sensación de extraña soledad que termina invadiéndote por completo cuando pierdes tierra de vista. Eso papá, debe ser una broma si lo comparamos a la desolación que uno siente cuando cierran tras de ti la primera puerta metálica en tu “travesía” carcelaria. No te lo tomes a mal papá, quiero hacerte todas estas aclaraciones por algo importante. A mi también me acompaña el romanticismo, ya lo sabes, pero, ahora más que nunca, tengo que tener los pies en el suelo y no reparar en llamar a las cosas por su nombre. Como tú dices, uno tiene que jugar las cartas que le tocan en la vida y hacerlo siempre para ganar. Y cuando uno lleva malas cartas, está obligado a permanecer más despierto que nunca.

Y, para que veas que en el fondo estamos alineados, yo también me he puesto a buscar simetrías, también forzadas, entre los barcos y este miserable agujero. El puerto de destino, por ejemplo, sería mi libertad. Mis ilustres compañeros presos, algo así como la tripulación. Se me ocurre también que el código de comportamiento a bordo bien podrían ser mis principios. El capitán, quién podría ser si no yo mismo. El viento que hincha mis velas (eso lo veo claro), es vuestro afecto. El rumbo, mi determinación. El timón mi voluntad. Mi celda, el camarote. La cubierta, el patio. ¿Por qué no?¿Cómo lo ves? Del ancla, que bien podrían ser mis miedos, me voy a olvidar totalmente porque no pienso fondear hasta llegar a puerto, de eso puedes estar seguro.

Eso sí, aunque yo no esté en un barco, no se te ocurra dejar de pedirle por mi a esa Virgen Del Carmen que está en nuestro querido puerto de Benidorm y a la que vas a visitar durante tus paseos vespertinos.

Por último, aunque ya he asumido que el hombre solo se hace hombre enfrentándose a sus tormentas, quiero que me confirmes si es cierto eso de “los buenos marinos se hacen con mala mar”, porque si es así, después de capear esta ciclogénesis, no va a ver borrasca que pueda conmigo.

Antes de despedirme he de decirte que me encanta como cierras tus cartas, con ese verso de Tagore que siempre me deja un sabor delicioso a esperanza y salitre que no sé como agradecerte.

“Y las dudas se irán calladas cuando llegue a la orilla el marinero.... ”

A la orden Capitán.

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