24 horas con el preso 2018387007 en un día ordinarioEl l

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" Un hoy vale por dos mañanas " - Benjamin Franklin

Voy a relataros cómo es uno de mis días típicos en la cárcel. Aunque aquí todos los días son ordinarios, voy a elegir el típico día ordinario, sin vis a vis, ni misa, ni sociocultural, sencillamente un día cualquiera. Elijo un día que no sea extremo, porque aquí existen días extremos, no tengáis ninguna duda. Elijo un día sin depresión ni triunfo, un día insulso, un día entre semana, un día de sol y nubes cualquiera, temiblemente parecido al anterior y seguramente al siguiente. Tras leer este capítulo, vais a entender mejor por qué decía que en la cárcel estamos sometidos a una vida muy minutada.

Celda número 9, módulo 6 de la prisión de Campos del Río. Martes 27 de mayo de 2019, son las 6:45 am. Suena la alarma de mi reloj de pulsera. La noche está casi disuelta y los primeros rayos de sol atraviesan los barrotes de mi celda. He dormido bien. Me desperezo exageradamente, como un gato viejo, bebo un poco de agua y casi de un salto me pongo de pié frente a la ventana. Cierro los ojos y noto el sol suave y el aire fresco del amanecer en mi cara somnolienta. Lo absorbo en bocanadas profundas y lentas. Con ellas voy recargándome de toda la libertad adyacente a estos malditos muros y me imagino en cualquier otro lugar que no sea este. Tengo un repertorio amplio de posibilidades y hoy elijo un monte verde y frondoso, en ningún lugar concreto. El olor a rastrojo quemado y a tierra húmeda y el canto de los pájaros se alía con mi ensoñación.

Tras unos minutos de recarga de energía, algo me hace regresar a mi mundo entre rejas... - ya decía yo, esta paz no es normal - La música de Los Chunguitos irrumpe a todos volumen en mi celda, acompañada de la voz ronca de mi vecino de arriba, que es todo un fenómeno y que se desgañita cantando: “más chutes no, ni cucharas impregnadas de heroína…”. El entusiasmo del colega me contagia un poco y le acompaño cantando mientras me afeito. Son las 7:15, me pongo los auriculares con Rock FM, extiendo una esterilla en el suelo y comienzo mi serie matinal de abdominales. Me pego una ducha rápida y, aún bajo el grifo, me pongo a limpiar en un cubo mi ropa interior, que más tarde colgaré en un tenderete artesano que atraviesa el diminuto baño. Me visto y me siento junto a la ventana esperando que llegue el recuento mientras releo por tercera vez una carta vitaminante y mineralizante de mi hija Paulita que recibí ayer mismo. No puede haber mejor manera de empezar un día. Es mi forma de darle un beso de buenos días.

A través de la megafonía se oye una voz pegajosa y desganada: “Recuento, recuento, en pie y visibles al paso del funcionario”. El recuento se produce cuatro veces al día. Cuatro veces en las que me atornillan despiadadamente al alma, la terrible realidad que supone estar preso.

8:00 - Como soy coordinador en el módulo, me abren, junto a otros presos con distintas funciones, treinta minutos antes que al resto. - Gracias mi buen Dios por esa media hora menos de celda - Me dirijo al economato, un pequeño cuartucho que hace de supermercado para los internos. Café con leche, pan y aceite, una naranja y la compañía de L y Salva son una buena manera de empezar el día. En ese desayuno cocinamos la organización del módulo y arreglamos un poco nuestros mundos envueltos por la respiración mecánica de las cámaras de frío y por un espeso olor a café y detergente.

8:35 - Atravieso el patio saludando a diestro y siniestro, pero antes de conseguir llegar a la oficinita desde la que gestionamos el módulo me asaltan tres reclusos con dudas variadas. Necesito que me cambies de celda, no aguanto a mi compañero, ¿Me puedes explicar qué pone aquí?, ¿Me dejas una tarjeta para llamar a mi madre? Pero vamos a ver muchachos, ¿es que a vosotros no os han enseñado a dar los buenos días?

Esas y algunas más serán el tipo de consultas que estaré gestionando durante el resto de la mañana, intercaladas con alguna reunión de equipo con la actualización de la planilla de celdas, con alguna orientación legal, con ingresos en el módulo, con repaso de actividades, de listas, de horarios... Esta mezcla de secretaría de colegio, consultorio legal y gabinete psicológico es una plataforma inmejorable para sentirme útil y la aprovecho cada minuto con buen ánimo y auténtica devoción.

9:40 - Me cambio en plan Superman en el baño del despachito y me preparo para mi running diario. Y siguiendo con mis cuentas, durante este año preso, debo llevar quince mil vueltas en círculos de 130 m en este patio del demonio, esquivando presos e inventando paisajes. Tras una hora de carrera, me seco el sudor con mi toalla, me hidrato bien y me meto un rato en el gimnasio enano del módulo. Hoy toca pecho y está Ignacio para ayudarme.

11:00 - Apertura de celdas (25 minutos). Subo corriendo a mi "chabolo” y me pego una ducha tibia. Me hago un bocata de atún y bajo volando para ponerme pronto en la cola del economato. Charro a un lado y a otro mientras espero mi turno. - Tarjeta de teléfono, Pepsi Light y un cortado por favor.

Salgo al patio y me siento en un banco al sol junto a Domiak, un polaco gigante con la voz aflautada y muy parlanchín que no deja de hablar mientras mastica un manzana crujiente. Luego llega Rober, con su sonrisa inmensa y el café solo doble de todas las mañanas. Ese rato de almuerzo, recién duchado y aún con las endorfinas activadas, es uno de esos momentos a los que he llamado "momento evasión”. Cada vez que suceden, la atmósfera carcelaria parece herida de muerte y por unos instantes llego a olvidar que estoy preso. Os lo prometo.

11:30 - “Inicio de actividades. Inicio de Actividades. Todo el mundo a la actividad.” - La megafonía escupe la rutina como plomo fundido. El patio se queda vacío, parece el de un colegio después de tocar la campana. Esto me hace sentir infantil, pequeño, frágil. Vuelvo a al despachito y allí sigo con las gestiones. El tiempo pasa volando, siempre hay cosas que hacer.

12:15 - Otra vez la megafonía, esta vez escupe esperanza. - Cartas, correo, Meganito, Sotaniío, Fulanito, Isaac Vidal - Las cartas para un preso son como una lluvia fresca en el desierto. Me siento afortunado, recibo cartas casi todos los días. Acudo rápido a la ventanilla del funcionario. Cojo mis sobres y los guardo en mi mochila. Leer el correo es para mi un ritual que reservo para la intimidad de la celda.

12:20 - Me meto en el cuarto de guitarra. Estoy atrapadísimo con Ojalá de Silvio Rodriguez. Me he empeñado en aprenderla porque me encanta, pero tiene un arpegio que se me está resistiendo. Este tema me tiene secuestrado ya más de una semana, pero ya empieza a sonar algo... "Ojalá que no pueda... tocarte ni en canciones...”

13:15 - “Dietas, general y musulmán.” - La megafonía de nuevo, esta vez con voz de mujer. Siempre espero al final para evitar la cola. Tenemos que soportar tantas que ya por sí solas son una condena... Hay colas para todo: colas para comer, para el teléfono, para las cartas, para el economato, colas, colas, colas… En esta ocasión espero tocando en la sala de guitarra, me subo a una silla, miro por la ventana para ver si me toca y el comedor se ha tragado la cola. Bajo volando que me quedo sin comer.

13:35 - Cojo mi bandeja, es la última. Hoy hay lentejas y ensalada. Es, junto a la lasaña de atún, mi opción favorita. Dicen que en esta cárcel no se come mal del todo, yo desde luego no me quejo. Es una dieta muy repetitiva, pero teniendo en cuenta las circunstancias no está mal. Ya os contaré en algún relato como, con un poco de imaginación y alguna compra en el economato, me convierto en un cocinero creativo. La cárcel es un método extremo para eliminar cualquier exceso de gula en tu vida y eso, durante un periodo concreto, tampoco viene mal. El sushi, un paella a la leña, una buena carne, unos espaguetis al dente, una barbacoa o una simple copa de vino se convierten por inalcanzables en verdaderos amores platónicos. Joder, se me hace la boca agua...

13:55 - Subida a celdas. En el diminuto escritorio de obra, pongo la mesa sin mantel y con cubiertos de plástico. Ordenados en el poyete, junto a mis libros, un salero artesano que me han hecho con un desodorante de bola, un bote de miel antigoteo convertido en aceitero y haciendo de servilleta un poco de papel higiénico. Lo sé, un poco deprimente, pero ya me he acostumbrado. Aliño la ensalada y destapo las lentejas. Antes de comer, espero de pié a que pase el funcionario pasando el puto recuento. Ya puedo empezar. Como directamente de la fiambrera en la que en el comedor he pasado la comida desde la bandeja. Abro una cerveza sin alcohol bien fría que me acaba de dar Salva y como mientras veo las noticias de La 2.

14:30 - Me lavo los dientes y me dejo caer en el catre mientras miro sin ver algún documental hasta que me quedo dormido. Una agradable y reparadora siesta de 30 minutos me prepara para el segundo “Round” en este día en la cárcel.

15:25 - Me sacudo el sueño, me siento en la mesita y con el diccionario de inglés a mano, me pongo a leer, o mejor dicho, a estudiar un libro que me está encantando: Principles” de Ray Dalio.

17:01 - Apertura de celdas. Salimos de las celdas en estampida, en una auténtica carrera hacia la cola del economato. Llego de los primeros. - que se noten esas vueltas al patio coño - Café cortado, sellos y botella de agua por favor.

Me siento en una mesa del comedor con V, con M, y con un hacker sin vocación, licenciado en ciencias exactas y músico del que pronto os hablaré en algún capítulo. Sin duda este es otro de esos “momentos evasión”. Hoy nuestro amigo matemático nos ha dado un recital hablándonos sobre la aplicación del modelo de sucesión de Fibonacci y su relación con el número aureo (el número de la proporción perfecta). De verdad, una flipada total... no me canso de aprender.

17:30 - Clases de inglés. Hoy traducimos Hotel California. Espero en la clase a que lleguen mis 18 alumnos. El aula está bien, recuerda a la de un colegio público salvo por las sillas, que aquí son de plástico. Cuando ven mi guitarra junto a la pizarra ya saben que hoy toca cachondeo.

Hoy es el segundo día de traducción de Hotel California del los Eagles, así que al final de la clase, después de traducir y leer la canción vendrá lo mejor… Arrancamos. Cada uno canta una frase acompañándome “on a dark desert highway, cool wind in my hair..." y cuando llego al estribillo la cantamos todos a la vez. Al principio es un lío, pero al tercer intento el tema suena hasta bien. “Welcome to the hotel California...”

18:35 - Bajo a los talleres y me distraigo un rato viendo a mis compañeros haciendo artesanías. Un chico muy joven y con la dentadura taladrada por la droga anuda encorvado sobre un taburete una pulsera de hilo. En ella se ven las letras “LIBERT... ” - que bonita, ya casi la tienes - le digo con un a sonrisa tonta. “Por un paquete de Winston tienes una este fin de semana.” - me contesta sin levantar los ojos de su labor. Cierro el trato sin dudarlo.

Satisfecho con mi negocio, salgo al patio a airearme mientras me como un par de manzanas. Ya veis, en la cárcel, la moneda de cambio es el trueque y además de tabaco por artesanía, cambio los bollos del desayuno por piezas de fruta, así hago feliz a alguien y yo cuido mi dieta. Quid Pro Quo.

18:40 - Subo de nuevo al cuarto de Guitarra con el matemático (y músico), elegimos apresuradamente un tema y nos ponemos a tocar. Decidimos terminar la tarde con un poco de blues en La. Me siento a la vez diminuto y afortunado tocando con un monstruo como Ricardo.

19:30 - Toca cenar, horario británico. Dietas, musulmán y general. De nuevo los últimos en la cola, por poco nos quedamos sin bandeja... todo a la fiambrera, me resulta imposible comer tan pronto.

20:00 - Suban a plantas. Desde que subimos hasta que nos cierran las celdas se produce un momento “vecinas de portería” que te partes. Que si pásame un panecillo, que si tienes Kétchup, que menudo pijama de niño lleva ese, ¿y esas zapatillas de felpa?, cállate tú que roncas como un tractor, ¿alguien me deja un bolsa de basura? Pero vamos a ver, ¿estamos en la cárcel o en el edificio de “La que se avecina”?

Cierran y de nuevo el recuento. Pongo música y me meto en la ducha. Este es mi momento “SPA” Me deleito enjabonandome mientras canto y bailo y finalmente me relajo un minuto bajo el agua caliente. Me pongo cómodo y empiezo a escribir bajo la luz del flexo. Esta vez pongo música más tranquila. Suenan los nocturnos de Chopin. Dejo abierta la ventana de par en par y a través de los barrotes se cuela fresca la noche y los sonidos de una cárcel que no quiere irse a dormir.

21:45 - Repito la operación “fiambrera” y ceno mientras veo la TV.

22:15 - Vuelvo al flexo y a los nocturnos de Chopin y sigo escribiendo. Escribo cartas, escribo estas líneas, escribo.

23:30 - Me tumbo en la cama y pongo mi flexo de pinza en la cabecera del enclenque catre en el que duermo. Me tumbo con la cabeza recostada en la almohada doblada con un libro gigante de tapa dura en mis manos que no se como sostener. Es “La Montaña Mágica” de Thomas Mann y lo que le pasa a su protagonista tiene algo que me recuerda a esta historia de cárcel.

0:35 - Se me cierran los ojos varias veces, es la señal para dejar el libro y abandonarme al sueño. Apago la luz, charlo un rato con el jefe y me quedo dormido.

6:45 - Suena la alarma de mi reloj de pulsera. La noche está casi disuelta y los primeros rayos de sol atraviesan los barrotes de mi celda. He dormido bien...

El Barón Munchausen

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Borrón y cuenta nueva

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