El Barón Munchausen

El Barón Munchausen

"Es un mundo circense, falso de principio a fin, pero todo sería real si creyeses en mi” - Fragmento de “It's Only a paper moon ” de E.Y Harburg & Harold Arlem

Este post es posible que os parezca una hipérbole de su protagonista, una exageración, pero creerme si os digo que todo lo que os cuento es cierto, únicamente he adulterado alguna información relacionada con su descripción con el fin de velar su identidad.

Quiero también dejar claro en las primeras líneas de este relato, que siento un gran aprecio por su protagonista y que me parece una de las personas más entrañables con las que pueda compartir condena, y espero que nada de lo que leáis a continuación os aparte de esta idea.

Nuestro personaje me recuerda tanto al protagonista de la novela de Gottfried A. Bürger que no he podido resistirme y lo he bautizado igual. Para ubicaros rápidamente, el Barón Munchausen es un personaje que relata una serie de aventuras tan geniales como inverosímiles. Se le podría encuadrar como un engendro entre Don Quijote de la Mancha y el mismísimo Pinocho. Posee una fantasía propia de Julio Verne, un delirio verdaderamente alucinante, puro entusiasmo, una porción importante de nobleza y mucha fragilidad.

Sobre su condena y su delito ha contado tantas versiones que ya nadie es capaz de saber por qué coño está pagando cárcel ni durante cuánto tiempo. Sólo sabemos que se trata de un tema económico... Siempre anda diciendo que su abogado, que según él, tiene un currículum que ni el mismísimo Perry Mason, le va a sacar de aquí en un par de meses como mucho, y cuando al cabo de cuatro meses reparas en lo que te dijo y le preguntas “por cierto ¿Pero tu que haces aquí todavía?”, sin despeinarse, se inventa una nueva historia alambicada sobre intrigas judiciales que te deja sin aliento y ante tu cara de pasmo, te suelta, un  “tranquilo, tengo a mis abogados trabajando y me han dicho que en tres semanas estoy fuera...” y claro, a las tres semanas, y a los tres meses y me temo que seguramente a los tres años, nuestro Barón Munchausen sigue preso.

Nuestro amigo debe tener unos 50 años. Tiene el pelo cano, escaso y duro como el alambre. Se lo peina tapándose a duras penas la calva con el pelo de un lado y bien embadurnado de gomina. Es de estatura media pero sus extremidades son grandes y huesudas y el final de sus dedos amarillea por la nicotina. Camina como un pato, con sus grandes pies abiertos, el culo hacia fuera y remando con los brazos. Paradójicamente, su mirada es pura verdad, como la de un aldeano madrugador, y aprieta la boca cuando ríe para evitar que se le vean los dientes que le faltan en los lados de la boca. Cuando relata alguna de sus fantasías, su cara es un signo de exclamación y sus cejas espesas y grises, zigzaguean frenéticamente.

En las mentiras de nuestro Barón, no hay ni un atisbo de maldad. Son mentiras que no me dan miedo, porque a diferencia de otras mucho más inquietantes, estas son mentiras que parecen mentira. No son mentiras canallas, ni piadosas, ni expiatorias. Son mentiras cuyo único propósito es generar en el espectador algún tipo de emoción, impacto, excitación, entretenimiento, asombro o ilusión. “¡Dios mío! Pero...¿cómo es eso posible?...”, “¿Pero tío, qué me estás contando...? ¿Sí....?.qué fuerte.... ¡no jodas..! ¿de verdad....? “ Este es el tipo de exclamaciones, junto a unos ojos asombrados, lo que busca cosechar compulsivamente nuestro amigo. Y cuando lo consigue, menea la cabeza asintiendo como el que está acostumbrado a moverse en maniobras imposibles y atmósferas galácticas.

Entre su catálogo de fantasías, hay de todos los tipos. Las he clasificado en patrimoniales (lo que tiene), heroicas (las hazañas) y relacionales (sus contactos). Os voy a dar alguna pincelada para que os hagáis una idea. Insisto, no me burlo con esto, sólo describo al barón con una mezcla amarga de preocupación, asombro y ternura.

Nuestro Barón cuenta con varios coches de alta gama. ¿Para que daros detalles?, sólo os diré que entre ellos se encuentran marcas como Corvette, Porsche y Ferrari. Te puede dar detalles hasta de cómo es el salpicadero, como huele por dentro, cuál es el sonido del motor cuando lo pones a 300 Km/h o en qué concesionario de Alemania fue a recogerlo. Tiene varias motos de alta cilindrada, la verdad, no soy capaz de recordar cuántas pero sí me dijo que entre todas reunían más de 15.000 centímetros cúbicos.

Habla en “la más estricta intimidad” con Emilio Botín, es amigo “de los de verdad” de Amancio Ortega y no hay un corredor de GP al que no conozca. Es todo un proceso, una mecánica que se repite: él, sin venir mucho a cuento, me cuenta algo inverosímil, yo le pregunto asombrado fingiendo que la historia “ha colado” y él inmediatamente hace la historia aún más inverosímil y entonces, dejo inmediatamente de tentar a la suerte y cambio de tema, antes de que despegue hacia algún planeta lejano. A nuestro Barón lo cazó el radar del helicóptero a 336 Km/h con su Ferrari, en la autovía hacia Almansa- “Pero vamos a ver, hombre de Dios, ¿Tú estás loco?...” - “Eh, Isaac, te lo juro, como que estoy aquí hablando contigo y lo he llegado a poner a 348 km/h” -” Pero qué barbaridad tío. Qué animal eres, es para matarte…”

Con todo, os repito, que sé de buena tinta que nuestro Barón es de buen corazón, porque siempre lleva a cuestas algún alma pálida y sin recursos, a la que abastecer generosamente, de cigarros, café o alguna charla fantasiosa. - Pobrecillos - me dice con el humo de su cigarro enroscado en la nariz mientras desenfunda un paquete - ¿Cómo le voy a privar a este infeliz de unos cigarritos?.

Otra prueba irrefutable de que es un buen tipo y de que, a pesar de sus delirios, no lo tuvo que hacer del todo mal ahí fuera, es el hecho de que sus familiares y amigos no se saltan una sola oportunidad para visitarte y de que sea uno de los reclusos que más cartas recibe. Este es un signo inequívoco de que aunque la sociedad te haya castigado, tu familia te quiere por lo que eres. No os imagináis la de gente aquí dentro a la que también los suyos le han dado la espalda, y en esos casos, uno se pregunta por qué razón.

Es genial para construir una mentira pero penoso para sostenerla en el tiempo... - ojalá todas las mentiras del mundo fueran como las de nuestro Barón.  No tiene memoria para mentir, ni tampoco es coherente, pero eso parece no importarle. En un año me ha cambiado sus historias varias veces, cambia de cifras, de personajes, de escenarios...a cada uno le cuenta una historia similar pero con detalles distintos, como a medida, como el que te hace un traje. Estaría chupado cuestionar alguna de sus contradicciones, pero la verdad, me sentiría como cazando un cervatillo herido y acorralado si le pongo en evidencia. Debe ser por eso por lo que me dejo asombrar por él como un niño ante un mago y disfruto viéndole disfrutar. Me gusta compartir un rato con él de vez en cuando, me rindo ante su encanto quijotesco y, la verdad, hay veces que me alegra el día.

El otro día se me ocurrió sugerirle que no fumara tanto y que hiciera algo de ejercicio, reprochándole que sólo se acercaba al patio para echarse un cigarrito - En buena hora, ¿Quien me mandará meterme a mi en la vida de los demás? - Con una mirada desafiante a lo Rocky Balboa, me dijo que todos los días se hacía “religiosamente” 500 flexiones en el chabolo, eso sí, menos los domingos que ya se sabe, es el día del Señor.... Ah, y que cuando quisiera me lo demostraba. - Isaac, las apariencias engañan....- “A ver Sr. Munchausen, no se enfade usted, era sólo una sugerencia.”

Después de analizarlo, me da la sensación de que sus mentiras surgen de convicciones o verdades, a partir de las cuales construye su fantasía. Por ejemplo, es rigurosamente verdad que soñó alguna vez con tener un Corvette ZR1, incluso estoy seguro que llegó a mirar precios y prestaciones y seguramente hasta pensó que algún día sería suyo. Sin embargo, a partir de ese sueño, de esa idea, de ese objetivo, nuestro Barón se salta todos los pasos que la realidad y la vida impone para conseguirlo y, como El Quijote con sus molinos de viento, de pronto e irremediablemente, se ve envuelto en el rugir de sus motores, conduciéndolo por las calles de su pueblo, con la música a todo volumen y mirándose en el retrovisor mientras se atusa los cuatro pelos engominados que tiene y lanza una de sus sonrisas apretadas.

Un buen día estaba yo solo tocando la guitarra e inesperadamente vino a verme. Yo andaba cantando algo de Loquillo. Al principio se quedó callado, escuchando como tocaba, y enseguida, se puso a cantar conmigo tímidamente. La cosa podría haber quedado así, pero no, al Barón le faltaba algo, y nada más terminar la canción...¡TACHAN! Contra todo pronóstico, me dijo. -” ¿Sabías que yo tocaba la guitarra de joven en un grupo de rock?” - Imaginaos mi careto -” No me jodas! ¿Pero cómo no me lo habías dicho?” Y como no podría ser de otra forma y aunque me temí lo peor, le pasé inmediatamente la guitarra... La cogió del revés, la miró como el que mira un jamón curado y me la devolvió con la mirada entornada y aire melancólico diciéndome - “Es que no puedo tocar, me trae recuerdos y me pongo muy triste”. - Claro, claro, le dije yo con un sofocón que te cagas y deseando que me tragase la tierra...- ”No importa tío, cantemos algo juntos, toco yo. ¿Qué te apetece?”

El asunto me llegó a preocupar hasta tal punto que lo comenté con un interno que es médico-cirujano, del que os tengo que hablar algún día, y como el que diagnostica una gripe me dijo: “lo de este chico es patología de libro. Son enfermos, mienten a todo el mundo, no lo hacen con un plan específico, son esclavos de esas mentiras pero no lo pueden evitar y acaban metiéndose en unos líos asfixiantes”. Joder, pues si que debe ser sí, por que de momento tiene un lío de unos cuantos años de cárcel.

En lo que no bromea, de eso estoy seguro, es cuando me cuenta, esta vez sin florituras, lo mucho que echa de menos a su familia o cuando me habla de su hija pequeña y de la depresión que cogió cuando le metieron preso. Lo sé por que en ese momento, pasa de puntillas por la historia e intenta cambiar rápidamente de tema, como el que se mete en un charco sin darse cuenta y salta para salir sin mojarse más. Ese tropiezo con la realidad le cambia el semblante durante un instante en el que se asoma a sus ojos un tipo que está a punto de morirse. Nunca lo consigo, pero os juro, que hago esfuerzos para que me hable del asunto, le insisto y me empeño en que vacíe un poco el vertedero que lleva dentro sobre mí y se deje por un rato su planeta fantástico para que aterrice aquí en la tierra, para que se muestre vulnerable sin temor, para que me llore si hace falta y para que pueda darle un abrazo joder, un abrazo de verdad, un abrazo de hombre y decirle, o incluso prometerle, que todo va ir bien, aunque sea mentira.

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Final de temporada

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24 horas con el preso 2018387007 en un día ordinarioEl l

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