Una vuelta de tuerca. Coronavirus en prisión, confinamiento dentro del confinamiento.

Una vuelta de tuerca. Coronavirus en prisión, confinamiento dentro del confinamiento.

Mi hijo de 12 años, tan pequeño, tan curioso, tan valiente, permanece atento a toda referencia a la cárcel desde que su padre está preso, ya sea en la televisión, en el cine o en internet. He intentado por todos los medios que no lo haga con angustia, sino con inteligencia, serenidad y todo el criterio que se le puede pedir a un pequeñín. He puesto y pondré toda la carne en el asador para desdramatizar el hecho de que la cárcel haya llegado a su vida infantil e inocente. El tío. que como os decía está al cabo de la calle de todo lo que pasa en las cárceles de toda la galaxia, anda bastante preocupado con lo que pasa últimamente y yo, aunque intento quitarle leña al fuego, le entiendo perfectamente. He decidido compartir con vosotros sus inquietudes, porque, en cierto modo, siento que se lo debo.

El motivo de su mosqueo tiene que ver con nuestras comunicaciones, que si bien eran escasas, también eran robustas y esperanzadoras. Cuando te meten preso con tres hijos en plena crianza (cuando entré en prisión, hace casi dos años, mis mellizos tenían 11 años y mi pequeña 9), uno deja en el nido un feo vacío, inhóspito e irremplazable y una responsabilidad tan accidental como heroica en la pareja que se queda sola. Son los daños colaterales que me desvivo por minimizar, principalmente a través de las comunicaciones con ellos y en la manera de abordarlas, son nada más y nada menos que la forma de expresar el amor, la esperanza y el consuelo, el canal por el que nuestras vidas siguen unidas. Por eso son tan sagradas en este proceso y por eso deben estar muy protegidas por las instituciones penitenciarias y por los Derechos Humanos. Tanto es así, que en uno de los primeros capítulos de esta peculiar bitácora, las comparé con una especie de avituallamiento en la carrera. Un avituallamiento de ida y vuelta, absolutamente crucial para escalar este empinado ocho mil que nos está tocando ascender a mi familia y a mí. Y justo ahí, en plena ascensión, un poco doloridos ya, pero concentrados en nuestra resistencia, en nuestra fe y en nuestro amor, aparece este virus del demonio. El Covid-19 daba una vueltita más de tuerca a nuestra situación.

La escalada a este Everest iba bien, dentro de lo que cabe, la dominábamos, como he dicho, entre otras cosas, gracias a una comunicación escasa, pero constante. Además, a esas comunicaciones por cristales, vis a vis, llamadas telefónicas y cartas, se sumaban ahora y felizmente, los permisos penitenciarios, un anticipo de libertad que estaba a punto de empezar a disfrutar, y que prometía inaugurar por fin la interminable lista de deseos e ilusiones que hemos ido cosechando estos años, empezando por abrazarnos, por fin, en libertad. Sin embargo y contra todo pronóstico, la pandemia obligaba de manera indefinida pero radical a suspender las comunicaciones habituales en prisión, algo que me pareció absolutamente lógico y que me esforcé en explicarles a mi familia como algo necesario que terminaría pronto. Cómo os decía, Isaac Jr. que es un tipo entusiasta como su padre, me contaba en pleno confinamiento, con ilusión y una de esas capaces de atravesar un teléfono, que un hombre en la tele había anunciado que las comunicaciones de las cárceles españolas iban a sustituirse con videoconferencias y que se iban a ampliar las llamadas telefónicas pasando de diez llamadas de ocho minutos a la semana a quince. Ante este alentador panorama, compartimos durante unos instantes la alegría y el alivio que suponía esta situación, después de tanto tiempo sin vemos y del jarrón de agua fría que suponía la suspensión de mis permisos.

Os aseguro que me resultó muy difícil explicarle al día siguiente que esa “sustitución” de los dos vis a vis mensuales de una hora y cuarto cada uno y el locutorio semanal por cristales de cuarenta minutos, se reducía a una videoconferencia al mes de diez minutos de duración. 

- ¿Pero papá, estás hablando en serio?

- Si hijo, estoy hablando en serio. No te preocupes, aguantemos un poco más. es que aquí no hay mucha cobertura y no podrán hacer otra cosa... Pronto terminará este lío.

-  ¿Diez minutos al mes papá? ¿Eso es todo? ¿Cobertura, en la era de la tecnología? ¿Esa es la sustitución? Maaaaaadre mía… ¿Y lo de las llamadas papá? Ese señor también dijo que os permitían hacer más llamadas.

- Eso te lo voy a explicar por carta, que nos quedan tres minutos y quiero hablar con las niñas y con tu mami.

-  Te quiero papi, ¡Siempre fuertes!

-  Te quiero hijo, ¡Siempre fuertes!

Aproveché el tema de las llamadas para que mi pequeño practique un poco las matemáticas que, aunque se le dan bien, siempre es bueno aprovechar las oportunidades para ejercitarlas. Esa misma tarde le escribía una carta en la que incorporaba el siguiente problema:

En el modulo prisión hay 120 internos, tres cabinas telefónicas y son 7 las horas durante las que se puede llamar. Suponiendo que las cabinas siempre están abarrotadas: Hallar si hay suficiente tiempo para que un interno pueda consumir sus quince llamadas de ocho minutos.

- Papá, ya lo he calculado, es imposible gastar todas las llamadas. A los jefes de la cárcel no se le debían de dar las matemáticas. Por cierto papá, ¿los que no tienen dinero cómo hablan con sus familias?

 Me emocionó que pensara en eso mi pequeño y le contesté, que en algunos casos excepcionales, se repartía alguna tarjeta de teléfono de cinco euros para la gente sin recursos. Tener en cuenta que una llamada a móvil de ocho minutos cuesta en torno a dos euros y medio y a fijo en torno a un euro. No acabo de entender por qué la población reclusa,  por lo general indigente, tiene que pagar el teléfono más caro del mundo. Ojalá alguien nos lo pueda explicar, porque Isaac Jr. y yo andamos bastante perdidos con este tema. Otra pregunta inocente se quedó suspendida en el teléfono, justo antes del maldito pitido que anuncia el fin de la llamada y que nos recuerda irremediablemente que estoy preso:

 - Pero papá, ¿si aquí fuera llamar por teléfono es casi gratis, por qué en la cárcel es tan caro?

De verdad, odio quejarme. De hecho, no encontraréis en este territorio narrativo queja alguna, nunca fue ese mi objetivo y creedme si os digo que me han pedido en múltiples ocasiones que hable de esto o de aquello, que utilice este medio para la denuncia o el reproche. Y NO. He preferido, al menos en esta bitácora, centrarme en la esperanza. De hecho, me he esforzado por alejar a mi familia de la cárcel oscura y peligrosa que nos venden en la televisión, les he hablado de una comida digna, de unas instalaciones nuevas, de una celda luminosa, con su wc y su ducha. Les he enumerado en detalle las actividades que podemos hacer y cómo ayudan a muchos presos a aprovechar el tiempo, a mejorar su físico, a adquirir mejores hábitos y, en algunas ocasiones, a transformarse. Les he contado la manera en que la Institución me ha facilitado las cosas para poder seguir siendo profesor en prisión, algo que me ha salvado y que agradezco enormemente. Les he hablado con asombro y emoción de la posibilidad que me han brindado de ser miembro de una banda de rock, cuya misión principal es animar a los presos y que para mí ha sido como cumplir un sueño frustrado. Les he hablado también de la nutrida biblioteca que está a nuestra disposición y que me ha permitido seguir aprendiendo, seguir soñando, seguir viajando…. Les he explicado también que, por lo general, los funcionarios de prisiones, salvo contadas e inquietantes excepciones, son gente buena y formal que ejerce su profesión con diligencia. También les he hablado del equipo de tratamiento, que en el caso de este módulo (lo que conozco y de lo que puedo hablar), trabaja con una vocación que no puedo dejar de admirar. Les he contado, con ejemplos, que incluso a veces la cárcel, además de cumplir su misión de castigo, también consigue el milagro de la reinserción.

Yo sigo pidiéndole a ese pequeñín tan intrépido, que deje de pensar en la cárcel, que todo esto pasará y nos dejará un aprendizaje, que siga mirando al mundo cara a cara, sin miedo, con la cabeza alta y con todo el amor que seas capaz de reunir en el camino, que aún con todo, agradezca lo que tiene y, mientras tanto, vaya pensando en la lista interminable de cosas que vamos a hacer juntos, que queda un día menos y que, como dice él, tenemos que estar ¡SIEMPRE FUERTES!

Desde una celda te quiero contar

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