El boludo
Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en esta tierra, en este instante y soy feliz porque soy gigante. [...] y si esto fuera poco, tengo mis cantos de poco a poco, muelo y rehago habitando el tiempo, como le cuadra a un hombre despierto, soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que perdonen en este día los muertos de mi felicidad...
Silvio Rodriguez. Pequeña Serenata Diurna.
Si este relato llegara algún día a convertirse en un podcast, debería leerse con acento argentino.
De todas las frases que tradujimos en mis clases de inglés, había una que le chiflaba a Leo, nuestro protagonista. Era de Tony Montana y decía así: “A man without word is a Coachroad” - ¿cómo no iba yo a cumplir mi promesa de escribirle un capítulo de Amanecer en el Abismo?.
Leo ha vivido muchos años en España, pero es argentino de pura cepa. Con sus apenas 40 años, ya tiene una mirada de viejo abatido. Es pequeño, pero su voz es firme y gruesa, como si estuviera desconectada por completo de su cuerpo frágil. Vino para poco, apenas una condena de 9 meses, como diría mi amigo M - esa condena me la hago yo debajo de la cama- y, aún así, la primera vez que hablé con él, transmitía una congoja y un agobio propio de un pecado a cadena perpetua. Esa misma mañana, le medio arrastré hasta el gimnasio y allí, montados en la bici estática, le empecé a hablar de mi plan para vencer esta situación. Me lo tomé en serio porque me di cuenta que le podría ayudar y porque realmente le vi desesperado. Mitad por su atención, mitad por mi empeño, me sentí un poco como un eficaz vendedor de crecepelo. Le debió impactar aquella charla porque empezó a hacerme más preguntas, a buscarme durante un ratillo para que le siguiera hablando sobre mi manual contra desgracias. Se compra una libreta después de mi primera charla y a partir de ahí, le veo cada vez más tiempo volcado en ella. - Escribir te ayudará. Empieza por mandarte una carta a ti mismo. Cuenta en ella como te siente y escribe tu lista de deseos. A partir de ahí empezamos el plan.- Recuerdo como su mirada confiada y expectante provocó en mí un súbito sentimiento de responsabilidad.
Este capítulo, además de para cumplir una promesa, me viene al pelo para escribir sobre algo que siempre me ronda en la cabeza. El potencial transformador de la adversidad y, en este caso concreto, de la cárcel. Veo la adversidad como una especie de brujo esquizofrénico y caprichoso que además de infligir dolor, es capaz de hacer magia blanca o negra según como se sienta ese día. No se si fue cuestión de suerte, pero puedo afirmar que la cárcel le vino muy bien a nuestro protagonista. Le tocó el hechizo bueno. Leo es una de esas personas con las que la adversidad ha hecho magia blanca. La adversidad es terapia cuando el que la sufre es capaz de verla, no solo como una derrota, sino también como una oportunidad, incluso como un triunfo tras superarla. Leo entró en prisión deprimido y apagado y salió fuerte y resplandeciente.
Le conozco bien, pero no tanto de hablar con él, cómo de ser su vecino de abajo. Joder, no se calla, habla con César, su compañero de chabolo (a quien le debo un relato), hasta las tantas de la mañana y así, irremediablemente y con un fuerte acento argentino, se filtran los entresijos más íntimos de su vida por la rendija de mi ducha. Me presenté de ese modo a un padre que nunca acabó de hacer de padre como Dios manda, su adolescencia turbulenta, un idilio con las drogas, el trabajo de juventud en la imprenta, la inmobiliaria que despegaba, esa separación tan traumática y, como no, sus niñas…
Me hace gracias la situación, al día siguiente empieza a contarme la misma historia, como si lo que inevitablemente había escuchado en mi celda, sólo fuera un ensayo. Y yo, no puedo más que serle franco - Leo tío, me temo que esa historia ya me la conozco… Es mi mejor lector, no sólo porque espera con fervor cada uno de mis relatillos, sino porque en él, esos relatos consiguen algo que dudo hayan conseguido en nadie. Y sólo por ese “algo”, ya tiene sentido seguir escribiendo.
Boludo, ¿es que no tenés ningún relato nuevo?- Me suele preguntar cuando pasa más de una semana sin que le pase algún post. Y a mí, se me hincha el alma de pensar que mi amanecer en el abismo parece conseguir amanecerle un poco a él también. Me enseña sus avances -qué razón tenés, como me está ayudando escribir para ordenar el bolo - y me cuenta con prudencia cómo empieza a sentirse cada vez más fuerte y a mí me alegra ver de qué manera, poco a poco, va desapareciendo esa expresión suya como de koala asustado.
Le enseño mi corcho repleto de fotos de mis pequeños e inesperadamente rompe a llorar - Yo no puedo hacer eso Isaac, me muero de pensar en mi niñas. - Me impresiona mucho, pero, al mismo tiempo, entiendo perfectamente lo que le pasa. - Leo, a mi también me costó al principio, pero mira ahora, el corcho de mi celda rebosa amor y me acompaña en este agujero. No soy psicólogo amigo pero algo me dice que ese trago lo tienes que pasar. ¿Tienes fotos de tus peques aquí?.
Si aquí las tengo, en la cartera. Y sacándolas cuidadosamente me las muestra con los ojos entumecidos. Dos preciosas niñas de 4 y 7 años posan sonrientes en un parque infantil. - Tengo más en la celda....- me dice con una sonrisa rota. Anda, ven conmigo, vamos a hacer la ceremonia de inauguración oficial de tu corcho. Tus hijas están bien, eso es una realidad y tu pronto estarás con ellas. Cada mañana, vas a encontrar fuerza cada vez que las mires, y vas a sentir como te dicen “Papá, todo va a salir bien”. Te acabarás preguntando cómo no lo hiciste antes. Venga, vamos a personalizar como Dios manda ese mural.
Ya en su celda, saca de un sobre un montón de fotos y me las da para que yo empiece la ceremonia. - de eso nada amigo, vas a ser tú quien las coloque - asiente resignado y empieza a situarlas con suma delicadeza y siempre en el lado de su corcho (tiene que reservar la mitad para su compañero de celda). Cuando termina, da un paso atrás y mira el trabajo satisfecho. - falta algo- me dice con aire de artista y, entonces, saca de otro sobre unas cartulinas de colores bien dobladas y las despliega con ternura. Son dibujos y recortables de sus hijas, soles, flores, corazones y declaraciones de amor, con esa caligrafía que tienen los niños, adorable y honesta que siempre consigue llegarte al fondo del corazón.
- Loco, que razón tenías, ¿Sabés? Le hablo a las pequeñas a todas horas, mi compi de chabolo se parte la pija conmigo.
Me pongo muy serio con él cuando me entero de que todavía no le a escrito a esas niñas, que ahora tengo la sensación de conocer. Me dice que no puede, que no sabe qué decirles.
-¿Pero de qué cojones vas tío?. Cuéntales la historia que quieras y como quieras, pero que les queden tres cosas claras; que estás bien, que volverás pronto y que las quieres.
Al rato de mi reverendo sermón, me viene con una cartita para que la lea. Joder, me coge con la guardia baja porque esa vez soy yo el que casi se pone a llorar. - Amigo esto es muy bello, no entiendo como no les escribes una de esas todos los días. Se te da muy bien Cosas que pasan cuando uno escribe con el corazón. Con afecto fuera y circulando en doble dirección ya tenía lo más importante. Ahora había que trabajar el cuerpo, la mente y ya que estamos, el espíritu.
Lo primero fue apuntarse a las clases de Ignacio y someterse cada mañana a su férrea disciplina. Después se comprometió con una rutina de ejercicio. Correr por la mañana, un poco de gimnasio por la tarde y ya para rematar, unas clases de crossfit con V. Precisamente esa rutina fue la que provocó que necesitara más que nunca dejar de fumar. -¿Boludo, quién me iba a decir a mi que iba a ser en la cárcel donde yo dejara de fumar?
Luego empezó a correr conmigo y, aunque al principio se ahogaba, pude darme cuenta de que era fuerte - Tómatelo con calma Leo, sígueme unas vueltitas y luego baja el ritmo, no te atores, poco a poco. No me hizo ni puto caso y casi se muere. Correr es un buen termómetro para medir la resistencia . Nada como una buena carrera al filo de tus posibilidades para poner la capacidad de sufrimiento y el espíritu de lucha a prueba. Y hoy, puedo decir que superó todas mis expectativas. Puestos a demostrar, consiguió lo más difícil; reunir la fuerza de voluntad suficiente como para mantener constante ese ritmo. La mente la trabajaba leyendo, con interminables partidas de ajedrez, con su libretita, tejiendo ese plan y empezando a escribir cartas como el que tiende puentes. Ver su evolución era como ver una flor mustia y plegada que se abre espléndida. También le daba al inglés y, aunque no se le daba bien, sin duda, era el alumno más aplicado y quien mostraba más interés. - La concha de tu madre, que lío con el participle.
Ahora tocaba el espíritu y ya os digo yo que la cárcel es un buen lugar para cultivarlo. Y como dijo Séneca, “no hay bien alguno que nos deleite de verdad si no lo compartimos”. Y cuando consiguió sacudirse toda esa capa de barro melancólico, cuando volvió a ser la mejor versión de sí mismo. Entonces es cuando empezó a mirar alrededor y a ponerse manos a la obra. Y de mucho hacerlo, descubrió lo mucho que se empequeñecen las penas propias cuando uno se las deja de mirar todo el tiempo. Como Leo tiene madera y es un buen tipo, tardó poco en arremangarse. Y, aunque estuvo poco tiempo por aquí, os aseguro que se le echa mucho de menos, sobre todo esas almas pálidas para las que no tenía un no.
Como es natural, le atormentaba la idea de entrar en la cárcel. Recuerdo una conversación en la que le hice un pequeño repaso de las cárceles que también existen ahí fuera, algunas mucho más duras que esta y en la que por lo que sabía, ya se había visto encerrado. La palabra libertad esconde un concepto complejo que a menudo confundimos. Y Leo, en el quinto mes de cárcel, supongo que exagerando, me llegó a decir algo tan impactante como que aquí dentro, se había llegado a sentir más libre que nunca.
Algo de cierto debía haber en esa confesión. Porque a veces, todo lo que le esperaba ahí fuera, tenía algo de precipicio o de emboscada. Y, cuidado, porque ya se sabe que el miedo posee la capacidad para atraer hasta tu realidad lo que temes. De hecho, las voluntarias de Caritas han estado estos días por aquí y me han contado que cuando salió andó atolondrado un tiempo y que por muy en “libertad” que estuviera, se sentía incluso más preso que aquí dentro.
Sentirse libre en una condición de opresión supone un logro que te alimenta el alma y te llena de orgullo. De eso yo también doy fe. En la cárcel, llegas a intimar con un tipo de libertad desesperada pero auténtica, que aparece en determinados momentos y que te va poseyendo cada vez más, como una convicción. Una libertad adictiva, que se consigue a base de obstinación, creatividad y esperanza. Si te haces con ella en prisión, nunca entenderás la palabra libertad de la misma forma. Bueno Boludo, quiero que sepas que espero darte un abrazo en libertad y que, mientras tanto, espero que me escribas, no me jodas con que no tienes nada que contarme o que no puedes escribirme, coge un puto papel y un boli y ponte manos a la obra.
Yo sigo aquí, en mi “buena lucha”. Mientras tanto, recuerda que si conseguiste ser libre en este agujero, ¿cómo no vas a serlo con el mundo a tu disposición?.