Vacaciones en el Hotel Rejas
Lo que embellece el desierto es que esconde un pozo en cualquier parte.
El Principito. Antoine de Saint-Exupery
Cuando he empezado a escribir este capítulo la memoria me ha devuelto un recuerdo un tanto escalofriante. Consistía en mi yo del pasado, concretamente el de mi último verano en libertad, repitiéndome interiormente una pegajosa y amarga premonición: “Isaac, aprovecha, porque cuando la felicidad te rodea y te sientes tan afortunado, cuando parece que los sueños se empiezan a cumplir, cuando el sol de tu vida brilla majestuoso, lamentablemente sólo se te puede ocurrir un presagio sensato: en este cuento de hadas hay algo a punto de joderse”. Como todos podéis comprobar, iba bien encaminado... algo se jodió.
Este es la segunda vez que paso el verano en el “Hotel Rejas”, original eufemismo del talego, acuñado por el primo de mi amigo Jaime. Me parece imprescindible empezar la segunda temporada de Amanecer en el Abismo con un breve resumen de lo que ha sido este verano, por lo que he oído en las noticias, el más caluroso de estos últimos años. A mí, sin duda, es lo que me ha parecido. Ha habido días de fuego en los que pensaba que esta cárcel se encontraba en medio del puto Serengueti. Y si no habéis podido iros a esa playa soñada, o el presupuesto se os ha quedado corto para ese destino tan deseado, no os quejéis, vosotros al menos habéis tenido gazpacho, tinto de verano y playa, montaña o piscina. Esas cosas propias del verano y las vacaciones, fácilmente accesibles, ordinarias a veces, cosas y momentos que allí, en el otro lado de estos muros, os resultan insignificantes, pero para nosotros son como un sueño inalcanzable. Al resto del mundo, especialmente a mi familia y amigos, no es necesario que sea verano para echarlos de menos. A ellos los anhelo constantemente, de una forma tan grave y estricta que me dejo en ello un trozo decisivo de mi alma. Pero ya quedamos que quejarse no sirve de nada, es más, las quejas siempre acaban desembocando en una laguna muerta, tan estéril como oscura, que además con este calor apesta. Así que me voy a centrar en describiros someramente lo que ha tenido de especial este segundo veranito en la cárcel, porque hasta en el desierto más árido, siempre que te empeñes, se puede encontrar algo de sombra, como dice mi amigo Iñaki Inés, “lo que crees, creas”.
Aunque ha habido muchos más momentos, algunos incluso más reseñables, son estos cuatro microrrelatos los que he elegido para abrir fuego en esta segunda temporada en el Abismo. Por algo había que empezar.
Un chino espontáneo
He conocido a Chao, el único chino que hay en todo el talego, y lo he hecho de una forma peculiar. No habla nada de español y entenderse con él es malabarismo puro, toda una proeza. Mi relación con él ha surgido repentinamente y es tan superficial como inverosímil. De pronto, nadie sabe por qué razón, este chino mandarín, de aspecto desgarbado y mirada atolondrada y poco más joven que yo, se ha puesto a correr conmigo. Tras meses de cruzarnos en el patio sin dirigimos la palabra y en uno de los días más calurosos de la década, se pone a mi lado al comienzo de mi carrera matutina y me pide permiso para acompañarme. Se suma a mi carrera con un gesto inexplicable y con su sonrisa china. Yo me quedo pasmado, pero consigo devolverle la sonrisa, como consintiendo, y de inmediato se pone a trotar conmigo, hombro con hombro, con un conjunto deportivo fluorescente, unas gafas Gucci falsificadas y unas Nike que le vienen grandes. Corre dando saltitos, con la espalda muy recta y con su mirada rasgada perdida en un horizonte que no existe. Ahora quiero que os imaginéis por un momento mi cara de... ”¿perdona?”. Y no sólo la mía, sino la de todo el patio que recibe el acontecimiento como un refrescante regalo que les hace olvidar por un momento la mierda de sitio en la que se encuentran. Conforme la cara del chino enrojece, arrancan las apuestas: “a ver cuantas vueltas aguanta”, “al chino le da algo”, “a ver si le gana al Isaac”... Y yo que le miro asombrado y, por qué no decirlo, también agradecido de que alguien me saque durante un rato de esta monotonía circular. Le vuelvo a mirar con el rabillo del ojo y pienso, ahora preocupado, si es que le ha dado un ataque de ansiedad asiática o qué se yo joder. El chino aguanta 20 minutos a mi ritmo, que bajo un poco para alargar la experiencia, como el que bebe despacio un buen vino. Finalmente se hace a un lado, otra vez me sonríe, esta vez a duras penas y antes de sentarse exhausto aplaude un poco mientras mira como sigo corriendo. Y así, sin quererlo. Chao me regala un momento tan surrealista como inolvidable.
Operación Talego Talent
Interpretar una canción delante de 350 personas no es moco de pavo. Y no importa que los que escuchen sean presos o el cogollito más florido de la sociedad. Una audiencia así siempre acojona. Enseguida encontré en el asunto un desafío. Y, un desafío en la adversidad puede ser salvación, porque cuando lo que te rodea o, mejor dicho, lo que te falta, tiende a arrastrarte a la melancolía, a la pena o al abatimiento, se convierte en vital completar esos espacios temibles de zozobra y dudas con desafíos que te hagan sentir vivo y sean capaces de orientar tu atención hacia cosas sobre las que realmente puedas actuar.
Y aquí me tenéis a mi, organizando junto a mi mano derecha en el módulo, R, el hacker y músico del que ya os hablé y a quien dedicaré pronto un capítulo y con la ayuda del equipo técnico del módulo, un concierto al que hemos llamado “Talego Talent”. Todavía no se han levantado los muros que le digan a la ilusión “de aquí no pasas” y aquí, para demostrarlo, un grupo de 12 presos, con escaso o nulo sentido del ridículo, estamos ensayando mientras disfrutamos un rato del aire acondicionado (un placer exótico en la cárcel), del equipo de música (amplificadores, cajón, guitarra eléctrica, bajo, mesa de sonido...) y de un escenario que, la verdad, nos viene grande que te cagas. Tras escucharnos, la trabajadora social, con una sonrisa que ilumina el escenario sentencia un “a mi no me paga mi sueldo, sino veros así de felices”. Me rindo ante la gente con vocación por su trabajo. Sin esa vocación, hay trabajos que es mejor no elegir, porque sólo con vocación es posible realizar una misión tan sagrada. Una misión que en este caso exige atender corazones vulnerables, necesidades vitales, minimizar el miedo, dar rumbo, consolar, alentar sin descanso, cada día, con cada persona, dándolo todo. No estoy seguro hasta qué punto sabe lo enorme que es su misión, porque la ejerce con humildad y eso la hace aún más inspiradora. Lo he visto con mis ojos, lo he vivido.
El repertorio lo forman canciones elegidas por los intérpretes. El matemático y yo proveemos las canciones y nos encargamos de la música, intercalando guitarra rítmica, punteo y bajo y un gitano le da envoltura al asunto con un cajón destartalado.
Maldito Duende la borda Josemi y yo le acompaño como puedo en los estribillos. Este chico tiene tablas. Se ganó la vida cantando en una orquesta actuando en hoteles y fiestas populares. Le da un aire a Elvis y tiene una voz bien domada. También va a cantar Despacito, él dice que no le gusta (y a mi tampoco) pero que funciona muy bien en las fiestas.
Déjame, de Los Secretos, la canta Jesús, un vasco fortachón, que con todo lo tímido que es en el patio, muestra un aplomo en el escenario que nos ha dejado a todos boquiabiertos. La canta con despecho, como dedicándosela a esa novia que le abandonó.
Insurrección, de El Último de la Fila, la interpreta Tomás, un alicantino, rechoncho y gafotas, que siempre está de buen humor. Adora a El Ultimo de Ia Fila y se le nota en la pasión con la que lo canta.
La Puerta Violeta, la canta una gitana guapa que canta como los ángeles y yo, a años luz de de su talento, me esfuerzo por acompañarla con la guitarra. En el primer ensayo me puso los pelos de punta. ¡Que experiencia!
Mi Gran Noche es para Manuel, un chico con una tremenda historia a cuestas, con intento de suicidio incluido y a quien las drogas llevaron al límite. Le apetecía una canción desenfadada, con la que sacudirse los complejos y reírse un poco de sí mismo y de su pasado, ya enterrado. Aunque en los primeros ensayos le faltaba actitud, el espíritu del inmenso Raphael se ha ido poco a poco apoderando de él.
No puedo vivir sin ti la interpreta Ignacio. Ver cómo agarra el micrófono con sus manos de increíble Hulk, sus músculos colosales y tatuados y esa voz sedosa que pone cuando canta, se convierten en una combinación insuperable.
Amigo es para Alfredo, un colombiano con el pelo a lo afro, espigado y bailongo, que canta con el deje latino de Roberto Carlos y un movimiento de cadera que te partes. Le da un rollo caribeño a la actuación muy veraniego.
Y, aunque la idea es que por una vez la gala musical en la cárcel de Campos del Río se aleje un poco de la rumba y el flamenco, Antonio le pone el toque gitano, cantando con profundidad y arte calé la mítica canción de Navajita Plateá, Noches de Bohemia.
Por último, más por predicar con el ejemplo que por otra cosa, un servidor interpretará Princesa de Joaquín Sabina, eso sí, con la emoción y el respeto que merece su autor, ese poeta urbano al que admiro desde pequeño y que, de un modo u otro, me ha acompañado como el mejor antidepresivo en casi todas las facetas de mi vida.
Para cerrar el evento cantaremos todos juntos la canción de M-Clan Llamando a la Tierra. He de decir que el primer ensayo de esta canción ha resultado un puto desastre. El espectáculo está servido…
Hoy toca baldeo
Todos los domingos, durante las primeras horas de la mañana, se baldea el patio hasta que queda reluciente como una patena. En ese momento, más que en ningún otro, esto me parece la cubierta de un gran barco. Me gusta tanto la idea que, a veces, me dejo deslizar por ella y hasta escucho las olas.
No importa a qué grupo de limpieza le toca este domingo, siempre que es verano y el calor aprieta, el patio se convierte en una especie de parque acuático que nos alivia a todos del calor. Tres mangueras empiezan a llenarlo todo de agua, el cemento se empapa y se refresca, los presos, ya sin camiseta, se disputan el chorro de agua a presión como cachorros la teta de su madre. Toda la atmósfera se humedece. El sol, aún despegando, dispara sus balas ardientes que explotan en el aire húmedo y las moléculas de agua forman un arco iris oblicuo que parece no pertenecemos. Huele a polvo mojado y detergente y se escuchan los cepillos frotando, aquí y allá, cada metro cuadrado de superficie. De fondo, suena un RAP enérgico a todo volumen y algunos bailan con los pies descalzos, otros, recién bañados, se colocan mirando al sol con los ojos cerrados y pose de lagarto. Los chorros siguen bañando suelos, espaldas y sonrisas, mientras la mañana pasa al menos distinta, más amable y veraniega.
Una despedida agridulce
Este verano se ha ido un buen amigo en libertad. Si sigues esta historia, ya sabrás que en la cárcel también se hacen amigos. Y, cuando uno de ellos consigue al fin librarse de la cárcel, se produce una situación peculiar, que difícilmente se da en otro ámbito de las relaciones humanas. Tú te quedas, él se va. Son un montón de sentimientos encontrados brotando y creando un momento electrizante y teatral. Intento a toda costa que mi dicha por su libertad no se ensombrezca por su tristeza al dejarme aquí, “tranquilo tío, el reloj no para, ya me llegará”. El anhelo anticipado que ya asoma a nuestros ojos y apenas somos capaces de contener. La cárcel que será más cárcel. El muro que nos unía y ahora nos separará, quién sabe si para siempre. La feliz confirmación de que esa puerta de salida existe y que de aquí se sale. Y esa despedida que no espera, con tartita taleguera incluida, y una virgen de purpurina en una cartulina hecha en el taller, llena de frases entrañables, algunas con caligrafías imposibles, pero todas dignas y valiosas. Y ese nudo palpitante en la garganta, ¿sabéis cómo?, ¿no?, y cuando al final llega la hora, esa hora que parecía imposible, con un hilo de voz le digo: “Venga, vete ya, joder que nos vas a hacer llorar”.