Retiro e introspección en la Celda 9
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
Poema de Juan Ramón Jimenez.
Tengo algunos buenos amigos que suelen hacer retiros espirituales de forma esporádica. Los encuadro en dos grandes tipos de retiros: Unos son de carácter religioso y otros totalmente laicos. Estos últimos, más relacionados con la naturaleza y con la meditación. A pesar de esta diferenciación, en ambos casos, sus testimonios tras estas experiencias dejan claro que merece la pena practicarlos. Se refieren a ellos como algo edificante, sanador e incluso adictivo, que una vez entra en tu vida pasa a ser una auténtica necesidad. Lo confieso, siempre me había llamado la atención escaparme del mundo durante unos días para pensar, pero supongo que nunca le di la suficiente importancia como para apartarme de todo y dedicarme a la contemplación. Siempre había algo más importante o interesante que hacer.
Tras esta experiencia en prisión, tras este retiro obligado, los amigos con los que me escribo deben pensar que me he vuelto loco, ya que no hago más que insistirles en mis cartas para que practiquen este “deporte” con entusiasmo y cuanto antes. Dejarme que os hable de cómo está siendo este retiro forzado y a ver si os convenzo también a vosotros.
Vivo en la celda n°9. Está orientada al Suroeste. Mi ventana mira al patio y a través de ella se puede divisar a lo lejos una llanura desolada salpicada de arbustos en la que destaca un árbol y un par de casas viejas que se pierden en el horizonte. Por las noches, en cambio, el patio iluminado ocupa la totalidad de las vistas y su resplandor trepa por las farolas encendiendo la noche e impidiéndome ver las estrellas. Esto lo llevo verdaderamente mal. Me parece importante hablaros de mi celda porque, como ya os he contado en algún otro capítulo, es el lugar donde paso la mayor parte de mis días en prisión. Concretamente el 67% del total, 16 horas de las 24 que tiene el día. Se dice pronto. Todo ese tiempo y la soledad de la celda me ofrecen la oportunidad de conocerme mejor. También de entablar una conversación íntima y reconfortante con esa parte de mí que intuyo que lleva mucho tiempo esperándome. No soy solo yo, lo sé, hay alguien más que me trasciende.
Siento que sería perder una oportunidad enorme no aprovechar la soledad y el tiempo que me ofrece esta situación extrema para enfrentarme a esas preguntas con sabor a eternidad, a las que la inercia de una vida cotidiana impide que nos paremos a contestar con rigor. La verdad, es que me resulta difícil definir este proceso, no soy capaz de explicarlo, es algo abstracto. Posiblemente lo que más haga en esa conversación conmigo mismo sea buscar a Dios. Qué razón más grande tenía Antonio Machado cuando decía eso de:
“Quien habla sólo espera hablar a Dios un día"
También pienso en “La Odisea”, donde se cuenta que hay cortejadores que pretenden casarse con el alma. A mi esta idea me gusta, podría ser algo así: Es una reunión formal conmigo mismo, hacerle un pulso a mis contradicciones, inclinar la balanza hacia un lado. Entender un poco mejor a mi yo del pasado y perdonarle. Es guiñarle el ojo a algún antepasado. También es deleitarme viendo el bosque y olvidar los árboles. Abrir y desbaratar mi equipaje emocional. Hacer un cocktail exótico y embriagador con mi memoria y bebérmelo a sorbitos. Pelearme conmigo a cara de perro hasta que mi lado oscuro muera. No esquivar ni una sola pregunta, escarbar en mi vertedero sin taparme la nariz, saberme al dedillo la lista de las cosas que no soy capaz de hacer… Es un trabajo inacabable.
Durante estas conversaciones suelo tumbarme y cerrar los ojos, relajo mi cuerpo y sereno mi respiración y el latir de mi corazón. Sin embargo, mi cerebro se tensa y se alza como un halcón hambriento en busca de comida. Es como un entrenamiento para mi protección. Y funciona, porque siento que cuanto más practico este estado, más colosal es el muro defensivo que levanto entre mí y todo el mal rollo que sobrevuela esta celda. Esos miedos que no dejan de acecharme con su espantosa risa de hiena. No podéis olvidar, que la mayoría de las vidas que deambulan por la cárcel lo hacen con muletas, mas o menos trituradas por estos muros, masticadas por los barrotes y convertidas en jirones. Con este ejercicio del que os hablo, yo me rearmo cada día para caminar erguido y entero.
Una aclaración: En este ejercicio me dedico a los temas mas profundos, no a los prácticos. Los nudos mentales más cotidianos los suelo desatar mientras corro, cargadito de endorfinas hasta las trancas. La carrera para mi es el mejor lugar para resolver los problemas ordinarios Vamos a ver, no os penséis que vivo la celda como un monje tibetano entregado a la contemplación y el desarrollo espiritual, nada de eso. En la celda, además de mantener largas reuniones conmigo mismo, leo, escribo, hago ejercicio y veo la televisión. Bueno, también canto, bailo, hablo solo y me miro en el desgastado espejo de mi celda, donde detrás de mi semblante serio aparece un tipo desdibujado que me sonríe como si me recordara que esto no es más que una gran broma pesada, muy pesada…
Porque, aunque se que algún día voy a salir volando de aquí, muchas veces me siento como una mariposa atravesada por un alfiler y clavada a un corcho atestado de bichos también disecados, que un coleccionista idiota contempla con una inquietante mirada de satisfacción.
Ya sabéis que odio el papel de víctima, pero tampoco quiero ocultaros mis malos ratos. Prometí no tener reparos en mostrarme vulnerable a lo largo de esta historia. Hay días, por ejemplo, que cuando abro los ojos al despertar en esta miserable celda me pregunto si no me he despertado en una pesadilla, pero, de pronto, el aliento inconfundible de la realidad me abofetea, ¿qué coño son esos barrotes?¿Dónde está esa lámpara tan chula que cuelga del techo de mi dormitorio?¿Qué mierda es ese ruido de puertas metálicas cerrándose? Y entonces me da un vuelco el corazón y a veces hasta me sofoco, como si todo el tiempo que llevo aquí dentro no hubiera servido para adaptarme, como si me hubieran arrancado de cuajo de la cama de mi casa, de mi vida, de mis sueños y me hubieran dejado caer en esta mierda de sitio, en este triste catre, así, de repente. Entonces me incorporo, respiro profundo, empiezo a repasar todas las razones que tengo para sentirme afortunado hasta que mis latidos vuelven a su ritmo habitual. Y ahí me pongo una sonrisa en la cara, esa sonrisa que tiene un poder sugestivo incalculable. Y con ella puesta, estoy listo para otro día maravilloso en la cárcel. No me queda otro remedio que entrenar mi mente durante esos ratos de introspección para hacer lo que mejor puedo hacer en cada momento. Debe ser algo parecido a lo que el psiquiatra Viktor Frankl, autor del libro “El hombre en busca de sentido ” llama logoterapia y que consiste en “actuar como si vivieras cada situación por segunda vez y la primera vez hubieras actuado tan mal como estás a punto de hacerlo ahora” ¿Amargarme?¿Bloquearme?¿Angustiarme? ¡Y una puta mierda!
Los sueños no siempre me traen sobresaltos, también me traen cosas buenas. Sueño a menudo con mi mujer. El subconsciente quiere acercarme a ella a través del sueño y yo le doy feliz la bienvenida. Pensar tanto en ella a lo largo del día consigue que el deseo de verla se haga realidad a través de las brumas de la noche y cuando me despierto con su sabor aún en mis labios, me siento pleno y feliz, con la victoriosa sensación de haber burlado al destino, quizás por unos instantes…
Os va a sonar a coña, pero, a veces, pienso que he venido aquí para averiguar cuál es mi lugar en el mundo. Me consuela la sospecha de que cuando me haga viejo y mire hacia atrás, veré la cárcel y esta celda como un episodio de mi vida en la que además de sufrir mucho, me ha entregado grandes respuestas y me ha ayudado a crecer. Le pido a mi buen Dios que mis hijos compartan conmigo esta perspectiva tan optimista y que la encarcelación de su padre conlleve algún aprendizaje positivo. No voy a descansar hasta conozcan con precisión esta historia, pero tiempo al tiempo…