Breve historia de un delirio
“Uno puede dislocarse el cerebro como se disloca una pierna ” - Friedrich M. Von. Bodenstedt
El título de esta historia encierra un mensaje de anhelo, porque este que escribe, desea con todas sus fuerzas que, en efecto, sea la breve historia de un delirio y no una larga historia de locura. He pensado mucho si escribir sobre ella o no, y finalmente he decidido consignarla en estas memorias, sobre todo, porque posiblemente y a pesar de su naturaleza triste y oscura, sentía que tenía que brindarle algún tipo de homenaje a su protagonista. Esta es mi humilde manera de hacerlo.
Perder la cabeza es posiblemente lo peor que le puede pasar a un hombre, no importa el motivo, siempre supone una circunstancia desoladora y desesperada para el que la padece y para los que la sufren colateralmente. A, es un chico joven, desgarbado y “payo-gitano”, como el se autodenomina con orgullo. Es más bien pequeño, de piel muy clara, delgado y siempre lleva una media sonrisa en la cara. Tiene una mirada viva que unas cejas pobladas y oscuras impregnan de carácter. Lleva una barba rala y despoblada que parece haber tardado años en crecer y anda todo el rato sacudiéndose un flequillo indómito que le da un aire adolescente.
Es un chaval risueño y alegre, un hombre que tiene toda la vida por delante, que vino a la cárcel por primera vez y lo hacía con una condena corta, de un año y medio. Empezó con buen pie, haciendo gala de su carácter afable y comunicativo y ganándose el respeto y el cariño de todo el mundo. Responsable y serio en el desempeño de sus funciones en el módulo, optimista en exceso o tal vez fantasioso cuando describe el futuro;estremecido y sentimental cuando hablaba de su familia y determinado cuando juraba que no volverá a pisar este lugar.
Todo iba bien, no parece que la cárcel pudiera con él. Los días pasaban y A se acercaba poco a poco a ese punto que todos los que estamos aquí deseamos febrilmente:el final del destierro, la libertad. A. disfrutaba revoloteando a mi alrededor intentando ayudarme en las cosas del módulo, miembro del comité de bienvenida, responsable del silencio en la sala de lectura, cabo de un grupo de limpieza y cosas así. Siempre muy atento a cada una de mis indicaciones y demostrándome a veces una admiración que, os confieso, me hacía sentir incómodo por inmerecida. No puedo determinar con precisión cuándo sucedió todo, cuál fue el detonante que provocó ese cataclismo en su cabeza, sólo sé que me di cuenta de que algo no iba bien cuando regresó de su primer permiso penitenciario.
El primer día, tras ese anticipo de libertad, noté una excitación nueva en su mirada y en su actitud, algo un poco inquietante que, finalmente, atribuí a esa pequeña dosis de libertad que acababa de disfrutar y que aún debía correr por sus venas. Me empecé a extrañar cuando, en los días posteriores, se apuntó sorpresivamente al coro del que yo formo parte y, durante el ensayo, en lugar de quedarse en un segundo plano como hacen los novatos, tomó un protagonismo tan inesperado como ridículo que dejó a todos boquiabiertos y desconcertados. No paraba de moverse, de interrumpir con preguntas insensatas y de dar la nota en cada canción, nunca mejor dicho.
Yo no había entendido nada y, de vuelta, le cogí aparte para que me aclarara la bufonada que acababa de presenciar. Fue entonces, ante sus explicaciones delirantes, sus fantasías infantiles y la convicción con la que me las narraba cuando me desarmó por completo. Algo me hizo intuir que no debía contradecirle, y eso que llegó a decirme que tenía superpoderes, que operaba en él una energía sobrenatural que le permitía conocer todas las canciones en todos los idiomas, con sus pentagramas y sus diferentes versiones... A partir de ahí, todo fue a peor, como si en su mundo enredado se hubieran inaugurado unos carnales de espanto.
Esa misma tarde, un poco asustado, solicité ver a la psicóloga urgentemente con el fin de ponerla al día de la situación. Me sentí aliviado al ver de qué manera se hizo cargo de la situación, con un interés y una profesionalidad admirable. Por lo que me cuentan otros presos, no es normal el desempeño y la implicación del equipo técnico que nos ha tocado en el módulo 6. El equipo de tratamiento está formado por un educador, una trabajadora social y una psicóloga y cada uno de ellos, a su modo, se desviven por llegar a todo, con esa pasión inequívoca que sólo algunos profesionales llevan a flor de piel. Con A no fue menos e inmediatamente se volcaron para que tuviera, dentro de lo que cabe, toda la atención necesaria. Desde gestionar la crisis con su familia, pasando por observación específica, terapia, protección, etc.
Hay profesiones que deberían tener un filtro de acceso implacable que eliminara a todo aquel que no tuviera genuina vocación. En otras profesiones no es tan imprescindible, por ejemplo, si eres taxista y no la tienes, como mucho, eso puede tener como consecuencia una “carrera" desagradable, excesivamente cara o incómoda; o que seas panadero o peluquero por ejemplo:el pelo crece y el pan es difícil que te siente mal;además, uno puede cambiar de panadería o de peluquero como se cambia de camisa. En cambio, hay oficios en los que la falta de vocación es sencillamente inaceptable y, si no la tienes, es mejor no elegirlos. Es mejor dejar esa oportunidad para alguien que no sólo busque un trabajo, sino que entienda el oficio casi como un estilo de vida. Hay trabajos, que además de memoria y voluntad para aprobar una oposición, exigen cabeza, corazón y agallas.
La cordura de A se fue desparramando en otro tipo de fantasías, que, la verdad, no me apetece rememorar. Se corrió la voz como la pólvora y eso hizo que la atmósfera de la cárcel, ya de por sí pesada, ahora pesara el doble, más hinchada de pena y tristeza que nunca. He de destacar, que el poco tiempo que estuvo derramando su locura por el patio, todos los internos le trataron con una consideración y un cariño que me hizo pensar que no estaba en la cárcel. Mis ilustres compañeros, sin excepción en este caso, le trataron como al abuelo entrañable y amado que pierde la cabeza. “El que siembra recoge”, pensé por dentro.
A mí se me ocurrió que llenarle de ocupaciones le ayudaría y le puse a clasificar los cientos de libros que tenemos en la secretaría, que, por cierto, ya estaban perfectamente clasificados. No le encomendé una tarea, más bien le confíe una misión, dándole mucha importancia para que se la tomara en serio, para que se entretuviera. Esta táctica funcionó a medias, porque, claramente, no era capaz de concentrarse y cada diez o doce libros me hacía algún comentario extravagante. Sin duda, la cárcel es algo que se puede vencer, incluso puede llegar a ser una experiencia enriquecedora, un acicate en el que encontrar ese “amor fati” del que hablaban los estoicos y que le otorga a la adversidad la potestad de enseñarte el verdadero camino. Sin embargo, lo normal es que consiga vencerte, que se acabe convirtiendo en una trágica emboscada, pero claro, que te vuelvas loco es algo tan duro como inaceptable.
Más tarde, el psiquiatra del centro confirmó que el delirio que padecía era tan serio que lo iban a trasladar a otro lugar. Se despidió de mí con una sonrisa en la cara anunciándome con solemnidad que se iba de ordenanza a enfermería y pidiéndome, mientras me guiñaba un ojo, que le guardara el sitio en el módulo y que me iba a echar de menos. Cuando salió por la puerta se me humedecieron los ojos, me invadió una profunda angustia y miré hacia arriba pidiéndole explicaciones al jefe... y ahora, mientras escribo, cuando vuelvo a recordarlo, no puedo evitar que se me humedezcan de nuevo, de emoción, de rabia y de tristeza.
Cuando pienso en su familia, especialmente en su mujer y en su hijo, se me encoge el alma. Yo quiero pensar que es algo pasajero, que es un brote de ida y vuelta, un relámpago aislado en la noche. Yo quiero pensar que volverá la cordura, que le van a dar libertad como terapia y que va a funcionar. Yo quiero pensar que esto es Dios apretando, pero no ahogando.
Estoy deseando ir a verlo para darle un abrazo, porque, por muy confundido que esté, creo que el cariño posee una energía nítida capaz de traspasar cualquier delirio. Estoy deseando decirle que, en el fondo, no se ha ido, porque todos nos acordamos de él. Estoy deseando decirle que no tema, que pronto estará en libertad, que todo allí se verá más claro y que, mientras tanto, le estaré guardando el sitio.