Amanecer en el Abismo

View Original

A veces, cuando escribo

“Uno se busca en la felicidad y se encuentra en el sufrimiento” - Henri Bataille

Hoy voy a invitaros a entrar en mi “chabolo” y lo voy a hacer en uno de los momentos de mayor intimidad. La celda se ha convertido en una especie de santuario en el que me refugio del trasiego de la cárcel y en el que paso (obligatoriamente) el 65% del total del tiempo.

Son las 11:45 pm de un fría noche de Enero. Aunque estamos en el sur, esta prisión está en un páramo y llevamos un par de noches bajando de los cero grados. Si bien conectan la calefacción a primera hora y al principio de la noche, a esta hora ya hace rato que está apagada. Aquí dentro hace un frío y una humedad que me obliga a abrigarme como si fuera a salir a esquiar. Nada que no se pueda superar y tampoco es para quejarse, pero la verdad, me siento raro escribiendo con guantes. Aunque, pensándolo bien (por que hay que pensárselo bien antes de quejarse), tengo cena, techo y cama y eso es suficiente para darle gracias a Dios. Además, este frío no es normal, son sólo unos días, nada más.

Suelo escribir a última hora del día, ya envuelto en el silencio metálico de mi celda. A veces irrumpen quejidos, risas o llantos que apenas rozan la quietud de la noche y que se extinguen como un suspiro tras merodear por estos pasillos dormidos. La verdad es que no me molestan, le dan ritmo y ambiente a lo que escribo, me acompañan. Sin embargo, cuánto anhelo los sonidos de la madrugada en mi hogar, cuando me quedaba leyendo hasta tarde. El leve respirar de mi mujer dormida, el tic-tac hueco del reloj de la cocina, el ladrido alerta y protector de mi perro o esa eventual “tosecita” infantil de mis pequeños desde el fondo del pasillo. Mis pequeños, su foto está colgada en la pared de mi celda a dos palmos por encima de mis ojos mientras escribo. Todas las noches, antes de acostarme, rozo cuidadosamente con mis dedos sus caritas y al hacerlo me parece acariciarles. A veces, pego mi nariz a las suyas, buscando captar desesperadamente la corriente de felicidad que corría por mis venas siempre que lo hacía.

Junto al folio en el que escribo se halla mi libreta y en ella se desparraman como nubes notas sueltas y atestadas de tachones. Contienen fragmentos de la cárcel, de mi lucha, pensamientos, ideas, lamentos y otros cachivaches que voy capturando cada día. Son parte del proceso de construcción de estos relatos desde el abismo que tanto me alivian.

Un proceso que empiezo a organizar y que tiene sus reglas. Como la de sólo escribir cuando tenga algo que contar o cuando lo necesito. Si el relato se resiste lo más mínimo, no me empeño. He hecho un pacto con mis musas y jamás las persigo cuando están esquivas. Debe de ser un acto de dignidad, como el de un amante orgulloso y en guerra. No insisto, me tumbo en mi cama enclenque y empiezo a imaginar historias que nunca consigo concluir. Historias imperfectas, imposibles de narrar. Historias con retazos del pasado y presagios del futuro, pasando siempre de puntillas por este amenazante presente, no sea que algo malo se despierte. Por si de pronto pierdo el dominio de esta surrealista situación.

Todos tenemos días grises, semanas negras, meses de mierda o “annus horribilis”...malas rachas. Cuando todo va mal no parece fácil mantener la calma y solemos recurrir a la queja. Si supusiera un verdadero desahogo, pues genial, pero la queja a veces no nos sirve ni siquiera para eso. A mi me ayuda mucho pensar que el dolor es la factura necesaria de la auténtica felicidad. De hecho, pienso que la felicidad sin contraste no existe. El mejor trago es el que bebes muy sediento, el mejor amor el que llega tras la incertidumbre y la carencia. La mejor victoria la que llega tras sufrir alguna derrota. Es la vida. No tengas miedo si hoy aprieta el viento, abre bien los ojos, aprende y resiste. Mañana, o tal vez pasado, te sorprenderá esa calma que ahora parece imposible. La verdadera felicidad, siempre está agazapada tras las esquinas del sufrimiento y cuando aparece no suele quedarse para siempre. El juego vuelve a empezar y así una y otra vez, no pasa nada, así es la vida.

Tenéis que perdonarme, pero hasta en “Amanecer en el abismo”, a veces gana la oscuridad y sería de imbéciles no reconocerlo. Hoy no veo la manera de seguir escribiendo, me apetece mucho más copiar aquí y así compartir con vosotros algo de Berth Hellinger que leí el otro día y que me reconfortó mucho. Me lo envía una gran amigo al que no nombro por si le comprometo. En su mensaje me dice que nada más llegó a sus manos pensó en mí. Yo se lo agradezco infinitamente. Os selecciono aquí algún fragmento. No tiene desperdicio y le va al pelo a esta desolada noche. Espero que os guste:

La vida te destruye todo lo superfluo, hasta que sólo queda lo importante.

La vida te retira lo que tienes, hasta que dejas de quejarte y agradeces.

La vida te saca del camino y te presenta encrucijadas, hasta que dejas de querer controlar y fluyes como un río.

La vida te asusta y sobresalta todas la veces que sean necesarias, hasta que pierdes el miedo y recobras tu fe.

La vida te envía rayos y tormentas para que despiertes.

La vida te niega los bienes y grandezas hasta que dejas de querer bienes y grandezas y empiezas a servir.

La vida te acorta el tiempo, para que te apures en aprender a vivir.

La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas para evolucionar.

La vida te lastima, te hiere, te atormenta, hasta que dejas tus caprichos y berrinches y agradeces respirar.

La vida te niega a Dios hasta que lo ves en todos y en todo.

See this content in the original post

El libro de Amanecer en el Abismo